El posfascismo es fascismo

Estas últimas semanas se ha hablado bastante de Georgia Meloni como consecuencia de su visita a DJ Trump y tras la muerte del papa Francisco, y cada vez que se han referido a ella la han presentado como “posfascista”, como si fuera una especie de refresco light o una leche desnatada del fascismo, y no es así. El posfascismo es fascismo.

Jean-François Lyotard habló de la posmodernidad para explicar la sensación de fracaso que acompañaba a la cultura y a la sociedad al entender que las propuestas de la Ilustración no se habían cumplido. Su planteamiento era claro, analizar el pasado para explicar las causas del problema presente y proponer una alternativa de futuro. Sin embargo, muchos vieron en el nombre utilizado, la posmodernidad, una oportunidad para presentar sus ideas y propuestas de forma diferente ante la crítica y el rechazo social que habían alcanzado, y de ese modo continuar con su estrategia, pero de forma diferente.

En 2007, en el libro Los nuevos hombres nuevos, expliqué cómo el machismo construyó el “posmachismo” jugando con los planteamientos de la posmodernidad, pero en sentido contrario. Aquí no había un análisis del pasado para explicar el problema existente y plantear un futuro diferente, todo lo contrario. El posmachismo parte del mismo hecho, la conciencia de que existe un problema en el presente, en este caso con la cultura androcéntrica, y lo que hace es entender que el futuro para el machismo será peor y más problemático, por lo que propone un regreso hacia el pasado para recuperar algunos de los elementos del machismo, pero adaptándolos a las circunstancias actuales. Es decir, sigue un curso completamente opuesto al de la posmodernidad.

El objetivo último es mantener la idea que siempre ha acompañado al machismo, la de “cambiar para seguir igual”, es decir, introducir cambios adaptativos a las nuevas circunstancias, pero evitar la transformación que pueda afectar a las ideas, valores y principios que definen su modelo cultural y social. El posmachismo se presenta como una especie de superación del machismo, cuando en realidad es una estrategia del propio machismo que en ningún momento rompe ni critica a las posiciones tradicionales, sino que convive con ellas para intentar paliar las críticas que reciben, y ofrecer una especie de lugar de acogida para quienes no se identifican con las referencias más clásicas, pero siempre dentro del machismo.

La esencia del posmachismo es la “confusión”, o sea, introducir elementos que ante las críticas dirigidas contra el machismo eviten que se tome conciencia de su significado, y que la sociedad conozca la realidad de todo lo que significa y de muchas de sus consecuencias. La confusión hace que la gente dude sobre las críticas, la duda logra que la gente se mantenga a distancia del problema y continúe en el mismo espacio definido por la cultura androcéntrica contra la que se vierten las críticas. La distancia se traduce en pasividad ante los cambios que podrían acabar con los problemas que dan lugar a las críticas, y la pasividad de una parte importante de la sociedad consigue que todo siga igual. Un ejemplo de esta estrategia del posmachismo lo tenemos con la violencia de género. Cuando se pone de manifiesto su significado como violencia estructural, su dimensión con cientos de miles de mujeres maltratadas, la normalidad que la acompaña y la justifica, y las consecuencias tan graves, hasta el punto de llegar a asesinar de media a unas 58 mujeres cada año, en lugar de entrar a plantear el problema para solucionarlo, los posmachistas hablan de “denuncias falsas” para reactualizar el mito de las mujeres perversas y presentarlo todo como una manipulación contra de los hombres. Y una gran parte de la sociedad “compra” ese mensaje porque está enraizado en los valores y elementos de la sociedad androcéntrica que genera el problema, y hace, tal y como recogen los barómetros del CIS, que sólo un 2-3% de la población considere la violencia de género entre los problemas principales.

El posfascismo se presenta como una superación del fascismo cuando en realidad es una parte del mismo bajo una nueva estrategia para aumentar el número de seguidores y partidarios

Ahora vuelve a suceder lo mismo con el fascismo y el posfascismo, que se presenta como una superación del primero, cuando en realidad es una parte del fascismo bajo una nueva estrategia para aumentar el número de seguidores y partidarios, pero sin cuestionar ni rechazar a las posiciones tradicionales, todo lo contrario, jugando con ellas para imponer su modelo a toda la sociedad, como hemos visto en la exhibición de los “camisas negras” estos días. Es lo que ha hecho Georgia Meloni con su partido, Hermanos de Italia al que mucha gente presenta como una superación del fascismo, cuando en verdad sólo lo oculta.

La estrategia es la misma, utilizar la confusión como instrumento, situar el problema en quien cuestiona sus propuestas, no en ellas, y recurrir a los sentimientos históricos y los valores de la cultura para presentar lo propio y el pasado como mejor argumento de futuro. De ese modo también lograr reproducir su estrategia de “cambiar para seguir igual”, pues la ultraderecha y las posiciones conservadoras están asentadas sobre los elementos de la cultura androcéntrica que actúan como pilares de su modelo de sociedad.

Con sus tácticas hacen que la confusión se traduzca en duda, la duda en distancia, la distancia en pasividad y la pasividad en que todo siga igual. Y hoy la confusión se genera con la desinformación, ya no basta una idea general, sino que hace falta crear una realidad paralela para presentar a las fuentes de las alternativas (partidos de izquierdas, feminismo, movimientos sociales, sindicatos…) como incapaces e interesadas en atacar el orden y la tradición. De ese modo ni siquiera tienen que plantear medidas ni iniciativas políticas, les basta acudir a espacios comunes como la inmigración, el ataque a los hombres, la pérdida de la familia, la amenaza de la patria… e ideas similares para que la gente se agarre a sus propuestas pasadas revestidas de futuro.

No necesita proyectos, solo recuerdos; tampoco ideas, solo emociones. Por eso son tan eficaces con su populismo participativo, porque esa es otra de sus claves, hacer sentir que cada individuo es protagonista de todo el proceso, algo que ahora resulta mucho más sencillo con las redes sociales y con la implicación de algunos medios de comunicación. Al final logran una importante movilización y atraer a sectores amplios de la sociedad, unos por esa ilusión del pasado, y otros por el odio que generan contra las alternativas y quienes las plantean. Bajo esos dos polos resulta sencillo alcanzar puntos de encuentro, porque la realidad con sus problemas siempre aporta situaciones para que unos piensen que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, y otros que hay que “actuar contra quienes han creado esos problemas”, que siempre son los otros. Y si esa realidad no fuera suficiente, pues se crea otra con la desinformación y los bulos para que la confusión siempre esté presente.

No debemos caer en la trampa de estas estrategias y recordar siempre que el posmachismo es machismo y el posfascismo fascismo.

_________________________

Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

Más sobre este tema
stats
OSZAR »