El Berlín de Ibon Zubiaur

Adiós a Berlín, La ciudad en continua reinvención - Ibon Zubiaur

Línea del Horizonte (Madrid, 2015)

 

El autor de este libro me parece que es una de las personas más indicadas para ocuparse de la capital alemana en esta colección, Cuadernos de horizonte, dedicada a las ciudades del mundo. Su autor ha residido en Berlín ocho años donde ha trabajado como traductor, especializándose en los escritores de la desaparecida RDA, a los que, además, les ha dedicado dos libros: La RDA en sus escritores (2014) y Estímulo y censura. Una aproximación al sistema literario de la RDA (2022). También ha traducido a clásicos como Rilke, Joseph Roth, nada menos que La leyenda del santo bebedor, o al gran Siegfried Krakauer, demasiado poco conocido en España. Ha sido, además, profesor en la Universidad de Tübinga y director del Instituto Cervantes de Munich, entre el 2002 y el 2008.  

Cuando en el 2021, Ibon Zubiaur tuvo que dejar su apartamento en la Fehrbelliner St., decidió regresar a España y dejarnos este libro como regalo de despedida. Para el autor, Berlín es la urbe europea más importante del siglo XX. En suma, una ciudad en constante transformación, recuérdese que fue casi completamente destruida en la Segunda Guerra Mundial (en el comienzo de la película Berlín Occidente, de Billy Wilder, estrenada en 1948, se muestra un Berlín en ruinas), y hoy todavía no ha recuperado los más de 4 millones de habitantes que tuvo en 1939. Esos cambios constantes siguen observándose, como en casi ningún otro lugar, en diversos aspectos de la vida cotidiana: se le cambia el nombre a la plaza que más frecuentábamos, desaparece nuestra peluquería (aunque en Berlín, recuerda el autor, hay tantas peluquerías como bares en España), se traspasan algunos de los restaurantes que más nos gustaban o se trasladan a otras ciudades amigos queridos.

Pero el principal problema del Berlín actual es que "en muy poco tiempo, ha pasado de ser la más barata entre las grandes capitales europeas y un espacio cultural acogedor y bullicioso, a convertirse en un casino especulativo de población flotante, sin arraigo" (página 12), opinión que comparto. Pues los alquileres siguen subiendo a un ritmo difícil de soportar, pero también la comida y los restaurantes, en los que predomina la cerveza, y una copa de vino es un artículo de lujo. A pesar de todo ello, los precios siguen siendo más baratos que los de Madrid o Barcelona. Quizás hoy, Berlín sea una ciudad menos sexy, pero casi tan pobre como siempre, en la que la crisis profunda que sufre el país la apreciamos mejor aquellos que vamos y venimos con frecuencia.

Recuérdese que el país perdió las dos guerras mundiales, que en 1949 se fundó la República Federal y que en 1961 la RDA levantó un muro de casi 168 kilómetros, dividiendo en dos la ciudad, hasta que cayó en 1989. A pesar de ello, se dice que es el principal motor de la economía europea y el lugar deseado para vivir de gran parte de los emigrantes, sobre todo los que provienen de los antiguos países del Este. 

Ibon Zubiaur nos habla asimismo de las bibliotecas (en una de ellas, bien dotada, se escribió gran parte de este libro; pero mi preferida es la del Ibero, como familiarmente se le llama); de sus Universidades (la Freie y la Humboldt); sus tres óperas y la Filarmónica; pero también se nos cuenta la importancia de los baños públicos, de los parques y jardines, de los puentes y canales, de sus ríos (el Spree y el cercano Havel), de las estaciones de metro (U-Bahn) y trenes de cercanías (S-Bahn), de los trenes colgantes y de los tranvías; de la oscuridad de la ciudad en invierno, muy tenuemente iluminada; de los gasómetros (cerca de mi casa, en Schöneberg, se encuentra el de la Rote Insel); tampoco falta la historia de algunas de las grandes industrias, como AEG o Siemens, los grandes almacenes (el mío ha sido el KaDeWe); el boom inmobiliario y la consiguiente crítica a un cierto urbanismo zombi, como lo califica el autor; de sus aeropuertos (Tempelhof, hoy un parque; Tegel, mi preferido por ser el más cómodo, hoy destinado a recoger a los refugiados; y el llamado aeropuerto de Berlin Brandenburg, que lleva el nombre de Willy Brandt); las montañas de escombros (Teufelsberg), a las que Julio Llamazares les dedicó un artículo memorable; los cementerios (el más célebre quizá sea el Dorotheensstädtischer Friedhof, donde están enterrados Hegel, Fichte, Schinkel, Schadow, Brecht, Heinrich Mann, Anna Seghers, Heiner Müller, Marcuse, Christa Wolf; aunque mi preferido sea el recoleto cementerio de San Matías, en mi barrio, donde están enterrados los hermanos Grimm); las placas de latón en el suelo que recuerdan a los deportados (Stolpersteine) y el importante peso de los judíos en la historia de la ciudad, sobre lo que dan testimonio el cementerio de la Schönhauser Allee, la Topografía del horror, o los cercanos campos de Oranienburg y Sachsenhausen (donde estuvo el socialista Francisco Largo Caballero).

El libro está lleno de referencias a personajes emblemáticos en la historia de la ciudad, con sus correspondientes aportaciones, como son –los cito en desorden- Schinkel, Mies van der Rohe (autor de la Nueva Galería Nacional), Stüler, Käte Kollwitz, Gropius, Brecht o Rosa Luxemburgo, cuyo cadáver, tras ser asesinada, se encontró en un céntrico canal, y muchos más. Berlín ha sido siempre una ciudad dada a las utopías, políticas, artísticas y sociales. Durante el siglo XX fue la capital mundial del nudismo y de la cultura gay, y como en ninguna otra, la vivienda pública, a un precio asequible ha facilitado la vida de los ciudadanos.

No quiero dejar de mencionar un barrio en el que residí los dos primeros meses que estuve en Berlín, Prenzlauer Berg, sobre el que hay numerosas referencias. De ser una zona depauperada, pasó a convertirse en un lugar muy apreciado por los jóvenes profesionales con posibles, donde a comienzos del siglo XXI la vivienda y la vida era más asequible y grata, cuando residí en la Rykestraβe, frente a la Wasserturm (torre de agua) y la sinagoga, la única que sobrevivió a los incendios de la noche de los cristales rotos, porque muy cerca vivían buenos arios, de los que también se ocupa el autor. 

Tanto el título como el subtítulo resultan significativos, pues el primero proviene de una realidad, el regreso a España del autor, pero también de la célebre novela de Christopher Isherwood, de 1939, que tanto apreciaba Gil de Biedma, en la que se inspiró la película Cabaret (1972). El subtítulo, por su parte, es el motivo conductor del libro, o uno de los más importantes, con la idea de que Berlín ha sido y sigue siendo una ciudad en continua transformación.  

El autor nos llama la atención sobre diversos aspectos de la ciudad que le parecen importantes, significativos, o que le resultan curiosos o interesantes, sobre los que da datos precisos, ya sean nombres de lugares, direcciones, etc. Así, por ejemplo, nos habla de los Hinterhof (los patios traseros, interiores, de los edificios; lo que propicia que nos cuente cómo se gestó el ensanche de la ciudad y el tipo de edificaciones peculiares que surgieron, citando a sus artífices. 

El libro se fundamenta en las vivencias personales del autor, en conversaciones y numerosas lecturas. La Bibliografía de las páginas finales da cuenta de ellas; toda está en alemán, con una sola excepción, pero en la que echo de menos alguna contribución española, como el libro que Ignacio Sotelo, residente en Berlín durante muchas décadas, publicó en Destino, aunque haya más. 

Se compone el volumen de una Introducción, de siete capítulos y de una Bibliografía final. Los atípicos títulos de las partes, creo que poco habituales en esta clase de libros, nos anticipan su contenido: Patios, Intervenciones, Redes, Cesuras, Muertos, Utopías y Rescates. Ibon Zubiaur recorre la ciudad, partiendo a veces de su propio apartamento, de su barrio, para mostrarnos el resto de Berlín. Pero no se trata de una guía turística, va mucho más allá y profundiza en detalles sobre la historia y el desarrollo de la urbe, que no solemos encontrar en esos manuales que consultan los visitantes ocasionales.

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Los alemanes son poco dados a aceptar que los extranjeros les cuenten su historia, ni siquiera en la ficción narrativa, pero creo que esta mirada, diría yo que -a la vez- ajena y propia, de quien sin ser alemán, ha sido ciudadano de Berlín, les podría resultar útil, pues en estas páginas se dejan conocer aspectos de la ciudad que probablemente desconozcan, por lo que creo que el libro debería traducirse al alemán.    

Sea como fuere, con sus ventajas e inconvenientes, no conozco a nadie que, habiendo vivido en Berlín, quiera abandonarla, o no desee volver a ella. Debe de ser porque tendrá ese no se qué, del que hablaban los ilustrados.

* Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.  

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