Agárrense, llegaremos al 5% del gasto en defensa

En 2024, el gasto mundial en defensa alcanzó los 2,72 billones de dólares frente a los 2,24 billones del año anterior, un 9,4% más en relación con 2023 y el mayor incremento interanual desde el fin de la Guerra Fría. Se superó de lejos el aumento registrado en 2023 (del 6,5%) y en 2022 (3,5%). Como resultado, en 2024 el gasto en defensa aumentó a un promedio del 1,9% del PIB mundial, frente al 1,6% de 2022 y el 1,8% de 2023. La sensación de inseguridad, junto con el incremento de la percepción de amenazas, se han hecho palpables especialmente en el continente europeo, en Oriente Medio y en el norte de África. Los cinco países con mayor gasto militar del planeta, EEUU, China, Rusia, Alemania e India, conforman el 60% del total mundial, según datos del Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI).

En el caso europeo, durante el año 2024 el gasto en defensa creció el 11,7% en términos reales, totalizando los 457.000 millones de dólares estadounidenses (un 1,9% del PIB), el décimo año de aumento seguido. Si incluimos el agregado con Rusia, el gasto aumenta el 17%, y Europa se sitúa como el continente que más ha contribuido este año al aumento global en gasto militar. Alemania ha incrementado un 28% su presupuesto en defensa, convirtiéndose en el cuarto mayor inversor del mundo; el de Polonia creció un 31% y es el país de la OTAN que más gasta en relación con su PIB, el 4,7%. Todos los miembros de la OTAN han llegado al 2% del gasto en defensa acordado en la cumbre de Gales de 2014, lo que equivale al 55% del gasto militar mundial. EEUU, de manera singular, ha aumentado esta partida en un 5,7%, lo que le hace aportar el 66% del gasto total de la OTAN y el 37% del gasto militar mundial.

A la luz de todos estos datos no parece que el gasto en materia de defensa se haya frenado en ningún momento de los últimos años, más bien al contrario, no ha dejado de crecer en ningún momento. En el caso europeo, ese incremento se aceleró como consecuencia de una percepción de mayor inestabilidad tras la anexión de Crimea por parte de la Federación rusa. La afirmación esgrimida por el Libro Blanco de la Defensa de que hasta ahora la “inversión era insuficiente” no parece ajustarse a una realidad donde los números hablan por sí solos.

Y, sin embargo, todo apunta a que el tsunami del gasto en defensa, lejos de parar, va a continuar acelerando. Una vez que todos los Estados miembros de la OTAN han alcanzado el 2% de sus respectivos PIB (recordemos que España lo ha hecho en fechas muy recientes y hurtando el debate público a la ciudadanía), la organización atlántica –Rutte–, pero también Trump, Marco Rubio o el comisario europeo de Defensa, el lituano Andrius Kubilius, ya llevan semanas avisando de que el objetivo a cumplir sería, no ya el 3% ni el 3,5%, sino el 5%. Este hecho se quiere concretar en la próxima cumbre de la OTAN, que tendrá lugar en La Haya entre el 24 y el 26 de junio.

La presión de la OTAN y de los EEUU sobre los países europeos, y de estos sobre sus poblaciones, se está haciendo realmente insoportable. La narrativa que se lanza desde Bruselas para preparar a sus opiniones públicas es aquella que incentiva el miedo y la inseguridad apelando a una amenaza, la potencialidad de un ataque ruso en suelo de la UE, que a la luz de los acontecimientos de los tres últimos años parece poco factible. Si bien es verdad que la guerra híbrida es un hecho, lo cierto es que una guerra convencional que justifique el incremento brutal del gasto al que nos quieren arrastrar no tiene ningún tipo de soporte real. Es decir, existe una amenaza rusa, probablemente sí, pero no en términos convencionales.

Si bien es verdad que la guerra híbrida es un hecho, lo cierto es que una guerra convencional que justifique el incremento brutal del gasto al que nos quieren arrastrar no tiene ningún tipo de soporte real

Los que sí son reales son los siguientes datos. El primero: EEUU quiere dejar de proveer a los países europeos de las capacidades defensivas que lleva desplegando durante los últimos 70 años; si los europeos las quieren, las tienen que pagar. Esto no quiere decir que EEUU vaya a romper los lazos transatlánticos, simplemente quiere hacer una transacción comercial en la que salga beneficiado en dos ejes, el comercial y el geopolítico. Washington es buena conocedora de las carencias en materia de defensa y de inteligencia de los europeos, así que se muestra colaborativa para la venta de lo que haga falta, salvo las capacidades humanas, es decir, los soldados: los europeos tendrán que ser los que pongan las botas sobre el terreno a partir de este momento. Esto le permitirá centrarse en el área Asia-Pacífico y, por tanto, en la competición por la hegemonía mundial con China. Cuando EEUU habla de incrementar el gasto militar, lo que en realidad está diciendo es: “Cómprenme a mí lo que necesiten y, cuanto más tengan para gastar, mejor que mejor”.

El segundo dato relevante: los países europeos no han conformado una unidad política única que les permita operar de manera rápida y eficaz en los procesos de toma de decisiones. Al mismo tiempo son temerosos, porque son conscientes de la indefensión que tendrían ante una potencial salida estadounidense del continente. Y ese miedo lo huelen los americanos.

El tercer dato: estos mismos países europeos se han comprometido a continuar apoyando a Ucrania el tiempo que haga falta. Sin embargo, los europeos no cuentan con suficientes reservas de armas ni con la capacidad para fabricarlas en cantidades suficientes, al menos las que Ucrania requeriría para poder continuar resistiendo. Si EEUU no va a enviar más armas para apoyar a Kiev y el Kremlin retrasa las conversaciones de paz mientras preparara a todas luces una ofensiva de cara al verano, parece que una de las opciones que están barajando es la de que los europeos le compren las armas a EEUU y se las envíen a los ucranianos.  

Y este es, efectivamente, el quid de la cuestión. Si EEUU corta los suministros a Ucrania y Rusia avanza sobre el terreno, los europeos tienen que determinar si continuarán apoyando a Kiev, y la única manera de hacerlo cuando el tiempo apremia es comprando los suministros a los EEUU. Esto sería un negocio redondo para el complejo militar industrial norteamericano, mientras que para los europeos sería el fin de lo que dicen defender, el modo de vida europeo. Porque, no lo duden, si finalmente se llega a un acuerdo de un incremento del 5% del PIB, el dinero va a salir de otras partidas, además de la emisión de deuda pública. La identidad europea ya no será aquella de los valores (que murieron hace tiempo en Gaza), sino la de la militarización y el gasto en defensa como pegamento.

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Ruth Ferrero-Turrión es Doctora Internacional por la UCM y MPhil en Estudios de Europa del Este (UNED). Profesora de Ciencia Política en la UCM. 

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