La verdad de las ficciones
Una belleza terrible
Edurne Portela y José Ovejero
Galaxia Gutenberg (2025) (340 páginas)
Un cazador va a seguirle, un vigía le atrapará, / y se odiarán los dos, después se maldecirán los tres.
La fascinación que te provoca la escritura. Desde el primer momento. Desde esa misma cubierta con una joven mujer que, puño en alto, mira fijamente, los labios cerrados con una leve violencia (¿o es una sonrisa levemente insinuada?) a quien está a punto de empezar la lectura de Una belleza terrible, la última novela de Edurne Portela y José Ovejero. Lo digo ya porque no quiero caer en engañifa alguna: Edurne y José son amigos míos, de los amigos a quienes más quiero dentro y fuera del mundo de la literatura. No me muevo en ese mundo. Vivo lejos de lobbies y afinidades editoriales, de viajes cervantinos por el mundo, de ferias vanidosas en que la literatura está al fondo a la derecha donde a lo mejor hasta se han llevado el rollo de papel para que te las apañes como puedas si te llega de improviso el mal de tripas, de todo aquello que no tenga que ver estrictamente con el oficio de escribir. Me viene al pelo para retratar el espíritu gremialista del mundo literario una frase de este libro que se refiere a otra gente que podría ser la misma: "Hábiles son los hombres para erigirse estatuas a sí mismos". Entre esa escasa nómina de amistades, para mí nunca peligrosas, están esos dos escritores que nunca me han fallado: ni en la amistad ni en lo que escriben. Y sobre todo: en cómo lo escriben. Una buena muestra de esa escritura es Una belleza terrible.
Todo por la revolución
El trotskismo. No tanto el mismo Trotsky. Casi nada. Apenas un capítulo donde se cuenta su muerte a golpe de piolet. Y poco más. Incluso diría yo que la historia que se cuenta va más allá del trotskismo. La revolución permanente. Eso sí. Pero también la revolución de las mujeres. No son simples compañeras sentimentales, refugios de los hombres en las madrugadas del miedo, cuerpos rígidos a los que han dejado sin el aliento de la palabra. Mudos. De piedra. Nada de eso cuando salen las mujeres en esta historia que ya señalé al principio como fascinante. Nombres desconocidos o que al menos yo desconocía. De hombres y mujeres que desde los primeros años del siglo XX y hasta casi ahora mismo no dejaron de luchar por un mundo que no diera cobijo a las traiciones, al transfuguismo de clase aunque a veces la estrategia era precisamente esa: transformarse en "otros", como un Rimbaud adolescente que cambió la revolución poética por el tráfico de armas y de esclavos. La huida permanente exige precisamente el cambio de identidad para no caer en manos de los perseguidores, de las torturas si te pillan en medio de la huida, de no saber qué se esconde detrás de una sonrisa que tal vez sea la máscara que simula la mueca más implacable del terror.
La historia de Raymond Molinier, trotskista hasta las cachas. Leal hasta que tu propia lealtad se mezcla, a veces, con el criterio desde el que los viejos camaradas la consideran una vulneración de los sueños siempre hasta entonces compartidos. Un militante revolucionario o ese aventurero que podría alimentar un cine de fantasías más románticas que revolucionarias. No es Casablanca, por más que en algunos momentos a alguien pudiera parecerle. Es la necesidad de encontrar un sitio donde lo que tortura al mundo sea combatido incansablemente, sin tiempo para el descanso, con las fuerzas que te queden puestas a disposición de la revolución. Donde sea. Cuando sea. En todas partes y siempre. ¡Como no emocionarte con la secuencia de la huelga francesa en la Renault! Aunque los objetivos se quedaran en casi nada. Pero ahí el descubrimiento de que todo es posible cuando lo que te mueve no es tu propio interés, incluso tu propia vida, sino el interés común y las vidas que se merecen otra manera más digna de ser vividas.
Un personaje de novela. Y nunca mejor dicho. Hablo de ese Raymond Molinier. Activista revolucionario por medio mundo. Por casi toda Europa y al final en esa Argentina que encontrará -hay vidas que son gafes- las juntas militares y antes un peronismo que es como el hombre de las mil caras a cada cual más siniestra y más controvertida: "Las historias de Molinier. Increíbles, disparatadas, entretenidas, desconcertantes, exageradas, algunas, pero menos de lo que se podría pensar". La persecución estalinista, incansable, con los ojos puestos en el mínimo lugar donde pudiera refugiarse la más mínima de las disidencias. El nazismo que empujará igualmente a la huida, que será ese lugar donde como en un segundo plano completará el paisaje del horror en un tiempo sometido a la devastación. Medio siglo de historia, de personajes que la vivieron y la hicieron posible, muchos de ellos -ya lo dije- desde casi el anonimato porque nunca tuvieron estatuas erigidas en ninguna parte para rendirles homenaje.
De la ficción y las mentiras
Pero si he de escoger —como dirían Los Chunguitos— lo mejor de la novela, me quedo con su escritura. No hay ahí desperdicio de ninguna clase. Cómo José Ovejero y Edurne Portela se reparten cada cual su papel en la escritura de esta novela deslumbrante. No debió ser fácil. Al revés. Complicada hasta la extenuación en la búsqueda de materiales para la "reconstrucción" de la historia, pero sobre todo casi de taquicardia para decidir cómo distribuirse el trabajo a la hora de contar lo que cuentan en Una belleza terrible. Se trata de una novela. Aparecen personajes reales, claro que sí. Pero es una novela. Porque es imposible llegar al fondo de todo lo que se quiere contar, de los personajes que han de descubrirse protagonistas de lo que se cuenta: "Narrar una vida es, por fuerza, una falsificación, incluso cuando narramos la nuestra". Más aún cuando narramos las de quienes sólo conocimos en los papeles de los archivos y en los testimonios que, como todos los testimonios que vienen de la lejanía, dejan enormes lagunas en sus relatos. Y es ahí, en esa declaración de principios, donde me rindo sin condiciones a la escritura de la que ya les hablaba a ustedes en las primeras líneas de esta crónica. Hablo de las barbaridades que se dicen –y en voces muy "autorizadas" por el mandarinismo literario– cuando nos referimos a la ficción. Ahí todo cabe, dice ese mandarinismo. Lo dije en una entrevista que me hicieron con motivo de alguno de mis libros: "Hay quien aprovecha la ficción para inflarse a contar mentiras". La ficción nunca es mentira. Ni siquiera verosímil. O es verdad o es mentira. Lo demás, excusas de malos pagadores cuando hablamos de la escritura.
En este libro hermoso, trágicamente hermoso a ratos, divertidamente hermoso en bastantes ocasiones, juegan sus autores con los términos "invención" e "imaginación". Lo primero es lo que suele hacerse cuando se trata de acomodar lo que cuentas a tus solos intereses: para que la historia funcione meto lo que sea, lo que haga falta, al fin y al cabo en la ficción todo cabe. Pero la imaginación es otra cosa bien distinta. Aquí no cabe todo. Aquí lo que cuentas está al servicio de la historia y no de lo que a quien escribe le interesa para que lo que cuenta tenga sentido. El único sentido de la escritura –incluso de la ficción– es la verdad, que no mientas cuando escribes: "No creas una situación porque te conviene narrativamente, sino porque piensas que las cosas pudieron ser así… No es lo mismo inventar e imaginar. No da lugar al mismo tipo de novela. La invención renuncia a acercarse a la verdad de los hechos, la imaginación lo intenta sabiendo que es imposible lograrlo por completo".
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Vuelvo al principio para acabar este recorrido por una novela que han escrito José Ovejero y Edurne Portela. Juntos. No sé si revueltos. Cómo cuentan esa relación a la hora de repartirse la escritura. Me conmueven esos capítulos. Y más aún porque los conozco, porque sé desde qué compleja seriedad se plantean su trabajo, la responsabilidad de un oficio que es –al menos en mi modesta opinión– de los más bellos del mundo. Para mí hay dos de esos oficios que no puedo soslayar en este relato: escribir a partir de lo que otra gente me enseñó al cabo de tantos años de lecturas a destajo y el de hornero, el haberme pasado haciendo pan todas las noches desde los once hasta casi los treinta años de mi vida. Por eso admiro esta novela que les acabo de contar. Por eso admiro y quiero a quienes la han escrito. Por su respeto al oficio no de escritor sino, como decía el maestro Onetti, de quien simplemente escribe. Y quiero acabar este itinerario por las páginas de Una belleza terrible con su último párrafo: "Iniciamos la escritura de este libro con el deseo de rescatar un mundo que se desvanece, al que nos acercamos desde una distancia inevitable. Creíamos que estábamos abriendo una ventana al pasado y ahora, ante este nicho, en este punto y final, nos damos cuenta de que la ventana es también espejo". Espejo, dicen. La imagen en él reflejada de una época. De sus protagonistas principales. De quienes simplemente pasaban por allí, casi por ese azar que a veces mueve la historia. De ustedes. De mí mismo.
Lean esta novela si les viene bien, tienen tiempo y unos euros para dedicarlos a su compra en una librería. Siempre están a nuestra disposición las Bibliotecas Públicas, nunca pierdan de vista esa fantástica posibilidad. Pero eso: hagan lo que puedan por leer Una belleza terrible, ¿vale? Y hablamos.
* Alfons Cervera es escritor. Su último título publicado es 'Libro de familia', editado por Piel de Zapa.