Gaza como derrota moral de Europa Ruth Ferrero-Turrión

Se conmemoran en estos días tres aniversarios que de manera ostensible simbolizan buena parte de la historia de Europa y del mundo desde 1945. El primero conmemora los ochenta años de la victoria contra el fascismo por parte del bloque aliado en mayo de 1945; el segundo, los setenta y siete años del día de la Nakba, el 15 de mayo de 1948; y el tercero, el setenta aniversario de la declaración Schuman, declarado día de Europa el 9 de mayo de 1950. Todos y cada uno de estos hechos históricos deberían haber sido determinantes para la ulterior construcción de eso que llamamos idea de Europa. Y, sin embargo, no todos ellos han tenido el mismo peso en el imaginario colectivo de las sociedades europeas del siglo XX y del siglo XXI.
La idea de Europa era para muchos intelectuales un proyecto en construcción que debía avanzar con el horizonte de un proyecto ético y político; un proyecto que se definiera por unos valores de solidaridad, democracia, derechos humanos y cooperación y que abominara de otros, también europeos, como la exclusión, los nacionalismos, los racismos y los fascismos.
La posguerra y los horrores del conflicto bélico facilitaron, al menos, el deseo mutuo de no regresar al campo de batalla y de asignar las respectivas responsabilidades a los nacionalismos excluyentes que habían provocado un ingente número de muertos y de destrucción. Esos fueron los que dieron pie, al menos discursivamente, al lanzamiento del proyecto de integración europeo, materializado por el discurso de Schuman y que abogaba por la construcción de la paz a través de la economía. Se luchaba de manera activa por la democracia, contra los nacionalismos, sí, pero no así contra los racismos y la exclusión, puesto que el principal eje de actuación se sostenía sobre los mercados. Así se tiende a olvidar que otro de los ejes fundamentales del proceso de construcción de la Europa renacida fue el postcolonialismo. Europa también se estaba construyendo frente a un mundo que ya no controlaba, el de sus antiguas colonias. De ahí que naciera tintada de racismo, algo que ha impregnado el posterior desarrollo del propio proyecto europeo.
La lucha contra el racismo nunca ha sido tan perceptible en el marco europeo como la lucha contra el fascismo, ignorando que en la mayoría de ocasiones ambos monstruos van de la mano y se retroalimentan. La defensa de la democracia, del Estado de derecho y del modo de vida europeo –esto es, unos valores sostenidos sobre la solidaridad y los derechos humanos tal y como aparecen en el art. 2 del Tratado de la Unión– deja en un segundo plano el abordaje de sobre qué comunidad o demos se aplican, si son conceptos universales o acotados a un determinado colectivo. Durante años la UE ha estado operando sobre líneas necropolíticas. Lo hemos visto con el devenir de las políticas migratorias, con el trato hacia los no-blancos y no-cristianos, que procede, no de las poblaciones, sino de un racismo institucional que lleva grabado el proyecto desde sus orígenes y que nunca ha considerado revisar.
El aniversario del día de la Nakba tiene menos hueco en el imaginario europeo. Los palestinos, como no-blancos y no- cristianos, son cuerpos prescindibles. Llevan muriendo durante décadas sin que nadie haya hecho nada para evitarlo
Por esas mismas razones, el aniversario del día de la Nakba tiene menos hueco en el imaginario colectivo europeo. Los palestinos, como no-blancos y no- cristianos, son cuerpos prescindibles. Llevan muriendo durante décadas sin que nadie haya hecho nada para evitarlo. La UE y sus gobiernos han operado y operan desde la equidistancia y aún a día de hoy hay quien habla de Israel como el principal aliado y única democracia de Oriente Medio sin ruborizarse. Cuando se habla de pelear por Europa, ¿de qué Europa estamos hablando? ¿De la que deja morir a las personas migrantes frente a sus costas, la que permite que se utilice su espacio aéreo para bombardear un barco con ayuda humanitaria rumbo a Gaza o quizás de aquella que permite que Netanyahu utilice su territorio para desplazarse por él impunemente cuando tiene una orden de detención dictada por el Tribunal Penal Internacional?
Hay quien dice que Europa es la única valedora que queda en el mundo en defensa de las democracias liberales y del derecho internacional olvidando que fue un país del sur, Sudáfrica el que lanzó el procedimiento por genocidio contra Israel, y obviando que esa misma Europa es la que no ha roto relaciones con un país y unas autoridades que están masacrando a un pueblo, a niños, mujeres y hombres, bombardeando escuelas y hospitales, pero que además continúa alimentando al monstruo comprándole armas “probadas en combate” o permitiendo que le lleguen suministros a través de sus puertos. Una Europa que, sin duda, es, una vez más, como a principios del siglo XX, cómplice de un genocidio.
Cualquiera que quiera defender y posicionarse por la defensa de una Europa que apuesta por la solidaridad, la democracia y los derechos humanos, debería poner en primer término un J’accuse contra todos los poderes políticos y económicos que consienten por acción o por omisión el exterminio de un pueblo como es el palestino. De otro modo, esa defensa sería un acto más de hipocresía, una hipocresía que a buen seguro hará mella en la propia credibilidad de Europa y de su proyecto en el resto del mundo.
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