... Fundida a negro

Empiezo a escribir este texto el martes 29 de abril, un día después del apagón. Son las 10.02 de la mañana y a mi barrio todavía no ha llegado la luz. 

Miento, no ha llegado del todo, en algunas calles sí hay, en otras no. Algunos semáforos lucen a tres colores pero otros continúan en negro. Hay bares que sirven un cafetito que sabe a milagro, pero en algunas casas, como la mía, se derriten de pena los guisantes en el congelador… Ahora mismo la electricidad no va por barrios, va por aceras. 

El lunes fue un día de luces y sombras. ¿A partir de ahora habrá que decir “de luces y apagón”? Y en realidad, así suelen ser casi todos los días, este fue más cañero, no por el miedo, sino porque nos desenchufó a todos a la vez. A diario, la vida hace fundidos a negro a cascoporro, todos hemos sufrido alguno… y hay también miedo, pero no trasciende, ni se nos pasa viendo el atardecer en un Templo egipcio.

La vida es un conjunto de luces y apagones, esto es así, viene en el contrato vital pero en general pasamos de leerlo

Si alguna vez me animo a narrar el 28 de abril en una novela, pondré el foco en cuatro mujeres de mi entorno que experimentaron sus apagones horas antes de que se esfumaran los 15 gigavatios misteriosos, porque en mi día no hubo épica. En realidad, yo no sufrí penalidades, para mí fue casi más tranquilo que cualquier otro… 

¿Qué voy a contar, que me comí un bocata exquisito de anchoas y boquerones con pan de amiga? (alimenta mucho más que el de miga). ¿Que paseé más que otros días? ¿Que cené a la luz de las velas y me permití una cervecita, aunque fuera lunes? (me la tengo prohibida entre semana, pero en días de apocalipsis, aflojo la autoexigencia).

¿Qué podría contar, que pude dormir en mi cama, junto a mis amores, con mi radio molona a pilas en el oído? No, no la he recuperado de ningún desván. Mi radio a pilas siempre está, me acompaña por toda la casa, menos cuando entro en la cocina, allí me espera otra igual de molona enchufada a la red. 

¿Qué podría contar, que al estrenar el nuevo día he confirmado que quien más me preocupaba estaba bien y lo he celebrado en un bar con un café que sabía a milagro? (Y con churros. La autoexigencia apocalíptica sigue floja hoy). ¿Me perdonan un momento? Oigo un “bulle, bulle” en la calle. Voy a asomarme a la ventana…

¡Aleluya, se hizo la luz! Son las 10.13. He subido el diferencial, he puesto la lavadora y he apagado las luces que había encendido en actos tan reflejos como idiotas… ¿Ustedes también le daban al interruptor cada vez que entraban al baño, en plena unplugged night?

Mi experiencia en esta crisis no tiene interés, así que aquí acaba mi crónica de una luz anunciada. ¿Porque… qué podría contar, que la electricidad ha llegado más tarde a mi casa que a otras? Si es que vivo en un barrio bien equipado… O sea, cero dramas, comparar con La Cañada sería un poco La Pijada Real. 

La vida es un conjunto de luces y apagones, esto es así, viene en el contrato vital pero en general pasamos de leerlo. A quienes hoy, o cualquier otro día, les toque sufrir algún fundido a negro les envío todo mi cariño, mi aliento y mi ánimo, nadie hablará de nosotras, aunque la luz haya vuelto…

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