Naufragio del apocalipsis Pilar Velasco

Con la confianza que les tengo, voy a contarles algo que me ha pasado esta mañana. Entro yo tan contenta al vestuario del gimnasio y, con el poco aire que me quedaba en el cuerpo, después de haberlo dado todo en mi clase de estiramientos y fuerza, digo: ¡Hola! —sin elevar demasiado el tono—, y resulta que la única persona que estaba allí, de espaldas, guardando cosas en su taquilla, ¡no me ha contestado! Claro, como pueden ustedes imaginar, mi cabeza se ha puesto, inmediatamente, en modo reproche: “Qué maleducada es la gente…”
Y ahora les voy a contar lo que me ocurrió el pasado sábado. Resulta que me llevó a la radio un taxista simpatiquísimo y, cuando le di la dirección, tuvimos una de esas conversaciones lío que parecen un skecht. Nos echamos los dos unas buenas risas. Me pareció tan divertida que la transcribí, sobre la marcha, y la publiqué en Elon’s home:
Recibí todo tipo de respuestas simpáticas a este mensaje, incluida la del taxista que, cuando me dejó en mi destino, me dijo con sorna: “¡Al final te he traído a donde era!”, y nos reímos de nuevo antes de despedirnos.
Al día siguiente, entro yo tan contenta en Elon’s home y me encuentro con un mensaje que contestaba a mi tuit en un tono… dejémoslo en áspero: “Hija, la gente trabajadora no tiene por qué saber esa tontería. No es tan grave como para ponerlo aquí. Imagino que quieres likes o comentarios como el mío de indignación para hacer negocio o quién sabe qué. Vaya personaja”.
He salido a la calle tan contenta, con dos clases por el precio de una: la que me fortalece la espalda y la que me ha demostrado lo fácil que es precipitarse al juzgar los gestos de quienes nos rodean
Si dijera que me sorprendió, mentiría. No es la primera vez, ni será la última, que alguien muestra su indignación por algo que, en realidad, no ha entendido… Y lo de “personaja” pues, dado cómo se las gastan algunos en ese remanso de paz llamado X, es de lo más cariñoso que pueden llamarte.
Podría haber practicado aquello de “…oídos sordos”, pero opté por la pedagogía y adjunto el mensaje: “Conviene pensar antes de atacar. Feliz domingo”, le envié un tuit. Era el que el día anterior había publicado encadenado al que me afeaba y, curiosamente, defendía lo mismo que él o ella en su respuesta indignada. Evidentemente, ese no lo había leído:
La persona en cuestión me respondió que se alegraba de que yo pensara así, que había entendido por mi emoji que me había explotado la cabeza, que perdón por lo de “personaja” y que “feliz domingo". Fin de la fricción.
Y ahora vengan conmigo a conocer el desenlace de la escena en el vestuario del gimnasio esta mañana. Resulta que, mientras yo me ponía el chubasquero y dentro de mi cabeza resonaba “qué maleducada es la gente…”, me he dado cuenta de que la presunta no saludadora llevaba puestos unos auriculares y he deducido que, con casi toda probabilidad, ni se había enterado de que yo había entrado en la sala. Cuando ha cerrado su taquilla, se ha dado la vuelta, y al cruzar su mirada con la mía, me ha dado los buenos días con una sonrisa y se ha marchado a entrenar.
Yo he salido a la calle tan contenta, con dos clases por el precio de una: la que me fortalece la espalda y la que me ha demostrado lo fácil que es precipitarse al juzgar los gestos de quienes nos rodean.
Hay que ver lo bonito que suena, ante la duda, el silencio…
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