Israel mata de hambre a Gaza ante la mirada de la comunidad internacional

Sesenta y un días de bloqueo total. Sesenta y un días sin que haya entrado en la Franja de Gaza una taza de harina, un analgésico o una lata de conservas. Hay miles de camiones parados cerca de los puntos de paso mientras millones de palestinos y palestinas se ven azotados por el hambre y la falta de atención médica.
Desde el 2 de marzo, Israel ha cerrado herméticamente la Franja de Gaza. El Estado hebreo lo tiene muy fácil: cuenta con un control total de las fronteras, incluida la de Egipto.
Un estudio realizado sobre el terreno desde el 28 de abril por el organismo de vigilancia del hambre en el mundo, el Marco Integrado de Clasificación de la Seguridad Alimentaria (IPC), dirá en unos días si la Franja de Gaza ha pasado de “riesgo de hambruna” a “hambruna”.
Las estadísticas son frías, como las de las víctimas de los actos de guerra —bombardeos, disparos de drones o de militares— que se han intensificado tras la ruptura unilateral del alto el fuego por parte de Israel el 18 de marzo. Desde entonces, según el ministerio de Salud de la Franja de Gaza, en su balance diario del 1º de mayo, han muerto en operaciones bélicas 2.326 personas y 6.050 han resultado heridas. Esto supone un total, desde el 8 de octubre de 2023, de 52.418 muertos censados e identificados y 118.091 heridos.
Las cifras son frías, la información y las imágenes, no tanto. Así, el 2 de mayo fue bombardeada por un dron una cocina comunitaria en la propia ciudad de Gaza, matando al menos a cinco personas, y atacado un tanatorio improvisado en Beit Lahia, en el norte del territorio. Resultaron heridas decenas de personas que habían acudido a presentar sus condolencias y siete de ellas fallecieron. Estos son solo dos de las decenas de episodios que cada día denuncian periodistas y testigos en Gaza.
Sentimiento de urgencia
“El mundo está presenciando en sus pantallas un genocidio en directo”, escribe Agnès Callamard, secretaria general de Amnistía Internacional, en el informe anual que acaba de publicarse. “Gaza se ha convertido en una fosa común para los palestinos y quienes les ayudan”, declaró Médicos Sin Fronteras en un comunicado del 16 de abril. “Las autoridades israelíes deben poner fin a los castigos colectivos infligidos a los palestinos. Instamos a los aliados de Israel a que pongan fin a su complicidad y dejen de permitir la destrucción de vidas palestinas”, concluye el texto.
Muchas reacciones internacionales adoptan el mismo tono apremiante: es urgente detener esta nueva escalada en la guerra genocida de Israel.
En Naciones Unidas están consternados, aún más de lo habitual. “Durante casi dos meses, Israel ha bloqueado la entrada a Gaza de alimentos, combustible, medicamentos y suministros comerciales, privando así a más de dos millones de personas de una ayuda vital. La ayuda no es negociable. Israel debe proteger a los civiles, aceptar los programas de ayuda y facilitar su desarrollo”, declaró el 30 de abril en la red social X el secretario general de la ONU, António Guterres.
Ya el 8 de abril había criticado duramente el bloqueo israelí: “Ha pasado más de un mes sin que haya llegado ni una gota de ayuda a Gaza. Ni comida. Ni combustible. Ni medicamentos. Ni suministros comerciales. La ayuda se ha agotado y se han reabierto las compuertas del horror”.
La mala conciencia de algunos países europeos con respecto al Holocausto [...] puede convertirnos en cómplices de crímenes contra la humanidad
El alto comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volker Türk, ha expresado una crítica igualmente dura y ha recordado que matar de hambre a una población es un castigo colectivo y un crimen de guerra que los demás Estados deben impedir: “Los terceros Estados tienen la obligación clara, en virtud del derecho internacional, de velar por que cesen inmediatamente esos comportamientos y deben actuar en consecuencia”.
Empiezan a proliferar los llamamientos. Ex embajadores e investigadores franceses afirman en una tribuna publicado el 12 de abril en Le Monde: “Hoy hay una urgencia y el silencio se vuelve culpable”, arremetiendo contra la “ausencia de una verdadera oposición política y popular internacional” a una “nueva ideología supremacista”. Esta ideología está impulsada por Israel, al que describen como “un Estado miembro de las Naciones Unidas considerado un modelo de democracia que ya no respeta ninguna norma internacional ni ningún principio moral, religioso o humano”.
Otro texto, publicado a finales de abril en el mismo diario, firmado por más de doscientos profesores universitarios y escritores de todo el mundo, pide a la Unión Europea que apoye el proyecto de una confederación de dos Estados independientes, israelí y palestino. En definitiva, se trata de tomar la iniciativa y actuar tanto en el ámbito diplomático como en el político, ante una Administración estadounidense que se encuentra fuera de juego debido a su evidente implicación junto al gobierno israelí. “El actual ciclo de guerra, ocupación y desplazamientos ha alcanzado un punto de ruptura política y moral”, escriben esos intelectuales.
Palabras, pero no hechos
Josep Borrell también habla de moral, del respeto de la Unión Europea por sus propios valores y de acción en un artículo publicado el 29 de abril, también en Le Monde. El ex alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, que dejó su cargo el 1 de diciembre de 2024, constata la emoción suscitada por la fotografía de un niño palestino amputado de ambos brazos, que ganó el World Press Photo 2025.
“Pero, por Dios”, exclama Josep Borrell. “No es uno, ni cien, ni mil, son miles los niños que han muerto o han sido mutilados en Gaza. ¡Y en qué condiciones! Gaza es, ante todo, una guerra contra los niños”. Añade, como una patada a la nueva administración europea, pero reconociendo su propio fracaso cuando él mismo ocupaba el cargo: “La mala conciencia de algunos países europeos con respecto al Holocausto, transformada en ‘razón de Estado’ que justifica un apoyo incondicional a Israel, puede convertirnos en cómplices de crímenes contra la humanidad. Un horror no puede justificar otro”.
Lo que sigue haciendo la Unión Europea es precisamente negarse a reconocer su impotencia. Los Veintisiete, incapaces de ponerse de acuerdo sobre una política mínimamente firme hacia Israel, ni siquiera de amenazar con plantearse una revisión del acuerdo de unión con Israel o cualquier tipo de sanción, sustituyen la política por la asistencia.
Deben levantarse sin demora las restricciones a su acceso. Deben eliminarse todos los puestos de control. Debe facilitarse el paso de los actores humanitarios
A mediados de abril, Kaja Kallas, sucesora de Josep Borrell, anunció una ayuda para los palestinos de 1.600 millones de euros hasta 2027 con el fin, entre otras cosas, de reforzar la Autoridad Palestina y, de este modo, estabilizar Gaza y Cisjordania. El ejecutivo de la UE difícilmente podría parecer más alejado de la realidad sobre el terreno, donde la destrucción masiva continúa día tras día y noche tras noche, donde no ha entrado ni una escoba desde el 2 de marzo y donde las excavadoras que sirven para retirar los escombros son también atacadas por los israelíes.
Los gobiernos de los Estados de la UE pueden alzar la voz, pero ya nadie espera que ello tenga ningún efecto concreto. Los ministros de Asuntos Exteriores de Francia, Alemania y Gran Bretaña piden “encarecidamente a Israel que restablezca el acceso rápido y sin obstáculos de la ayuda humanitaria a Gaza”, recuerdan el derecho internacional y expresan su “indignación” ante los ataques israelíes contra el personal y las estructuras humanitarias, sin mencionar en ningún momento una posible acción. Lo que, sin duda, deja absolutamente indiferente al gabinete de Netanyahu.
“Excepcionalismo”
También se muestran muy elocuentes ante el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ), que, por cuarta vez desde el 7 de octubre, le han pedido pronunciarse sobre una cuestión que afecta a Israel.
Ante la solicitud de Noruega, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de 2024, se han celebrado audiencias en el TIJ durante toda esta semana sobre los obstáculos israelíes al trabajo de la UNRWA, la agencia de la ONU de asistencia a los refugiados palestinos, y al envío de ayuda humanitaria en general. Han ido pasando ante los jueces de este Alto Tribunal más de cuarenta Estados y tres agencias de la ONU. Aunque Estados Unidos, seguido de Hungría, ha apoyado, como era de esperar, el punto de vista de Israel de decidir por sí solo cuándo y cómo llegará la ayuda a la población del enclave palestino, numerosos representantes diplomáticos han afirmado con firmeza los principios del derecho internacional humanitario.
Qatar, país mediador entre Hamás e Israel, denunció un “castigo colectivo” y acusó a Israel de utilizar “la ayuda como un elemento de extorsión para avanzar en sus objetivos militares”. Sudáfrica, que ha presentado ante el mismo TIJ una denuncia por genocidio contra Israel, ha criticado la impunidad de la que goza Israel, debido a “una forma de excepcionalismo en lo que respecta a su responsabilidad ante las leyes y normas internacionales”.
Francia, que prevé reconocer al Estado palestino en junio, exigió que la ayuda humanitaria llegue “masivamente a Gaza”. “Deben levantarse sin demora las restricciones a su acceso. Deben abrirse todos los pasos fronterizos. Debe facilitarse el paso de los actores humanitarios”, afirmó el representante francés, Diego Colas.
Pero el Tribunal Internacional de Justicia tardará semanas en pronunciarse. Y, aunque sus decisiones son vinculantes, no tiene ningún medio para hacerlas cumplir.
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Los palestinos de Gaza no pueden permitirse el lujo de esperar. Los almacenes del Programa Mundial de Alimentos llevan una semana vacíos. Las cocinas comunitarias, que recibían los productos a través de la agencia de la ONU y los preparaban, están agotando sus reservas y cerrando una tras otra. “El hambre aumenta día a día. Casi no queda nada en los mercados. Lo que queda alcanza precios desorbitados. No sé qué hacer para dar de comer a mis hijos”, nos escribía un joven padre de familia el miércoles 30 de abril.
Traducción de Miguel López