El posfascismo es fascismo Miguel Lorente Acosta

Los tristemente célebres babyboomers, primera generación de españoles que no hemos vivido directamente una guerra –pero presuntos culpables de poner en riesgo las pensiones públicas y de dejar a nuestros hijos una vida peor que la nuestra–, no podíamos escaparnos sin vivir “crisis inéditas” una tras otra, como si no hubiera un mañana (de hecho a veces cuesta creer que lo haya). Expertos ya en distopías hechas realidad, como lo son también la generación X y la Z y la millenial, este lunes hemos afrontado en España ese Gran Apagón tan vaticinado por novelas de ciencia ficción y series de gran impacto. Y a la hora en que escribo estas líneas, aún sin electricidad en Madrid y observando el despertar intermitente de internet y de alguna red de mensajería, no sabemos con certeza la causa de lo ocurrido, aunque sí podemos presumir de cierta sabiduría colectiva y de una enorme capacidad para superar –desde la fuerza de lo común– situaciones “inéditas”.
Sólo unos apuntes de urgencia:
1.- Se han producido situaciones incómodas, preocupantes y tensas, gente atrapada en trenes y ascensores, atascada durante horas en grandes ciudades o temerosas de que los hospitales no tuvieran autonomía energética para atender a sus ingresados y a los enfermos graves (ver aquí crónica de Lara Carrasco). Pero no se han vivido situaciones de pánico colectivo, de histeria general o de irresponsabilidad ciudadana. Ocurrió ya con la pandemia: somos un pueblo que grita mucho pero actúa con solidaridad y empatía cuando es preciso hacerlo.
2.- Somos (o deberíamos ser desde hoy) más conscientes aún –por si no fue suficiente con la pandemia– de nuestra vulnerabilidad. La sociedad más hipertecnológica de la historia puede “apagarse” en un minuto. Y entonces resultan imprescindibles herramientas analógicas, casi arqueológicas. Este lunes tenía más valor un viejo transistor de pilas que un iPhone 15. Sí, es indispensable tener agua en ese kit de prevención de crisis, y una batería de repuesto, y algún alimento nutritivo, etc, etc. Pero tan importante o más es poder saber qué pasa, cuándo, dónde, y cómo debemos actuar.
3.- Sí, como a tantos babyboomers, lo de este lunes pegados a la radio nos recordó la noche de los transistores del 23-F, o las jornadas de miedo y dolor de aquel marzo sangriento de 2004 en Madrid o tantas situaciones en las que la radio ha supuesto esa voz fiable que nos ayudaba a tomar pequeñas pero muy importantes decisiones (ver aquí). No es que el vídeo no matara a la estrella de la radio, es que no la ha matado todo el aluvión de nuevos medios y mucho menos pseudomedios. Lo cual no debe engañarnos: también hay radios que dedican más minutos a expandir bulos y propaganda partidista que a informar de lo inmediato con rigor y esfuerzo de veracidad.
4.- Han surgido ya duros reproches al Gobierno por la “tardanza” en informar. No nos engañemos, siempre es tarde ante una catástrofe. Pero realmente la frustración ha consistido no tanto en la información –puntual desde Red Eléctrica– sobre la brusca caída y la lenta recuperación del suministro, sino sobre la causa y origen del apagón. ¿Un problema energético o un ciberataque? La sospecha principal recayó sobre la segunda opción, quizás por los datos conocidos acerca de los numerosos incidentes producidos contra instituciones y empresas españolas en los últimos tiempos, y quizás también por ser objetivo del rencor de poderosas potencias ante la posición de nuestro Gobierno sobre Ucrania o sobre Gaza. Desde infoLibre hemos procurado mantener comunicación con fuentes de alto rango en los principales ministerios implicados y en los organismos responsables de la ciberseguridad. A esta hora nos insisten –en línea con lo declarado por el presidente del Gobierno– en que “no se puede descartar ninguna hipótesis” y aseguran que “dado que Red Eléctrica es en parte pública y en parte privada, se están investigando los hechos coordinadamente por el CCN-CERT (o sea el CNI) y el Incibe”.
No sabemos con certeza la causa de lo ocurrido, aunque sí podemos presumir de cierta sabiduría colectiva y de una enorme capacidad para superar –desde la fuerza de lo común– situaciones ‘inéditas’
5.- Si ustedes ven, leen o escuchan supuestas “reivindicaciones” del “ataque” sepan que son falsas. Todas las que han circulado hasta el momento. Hagan caso a los mensajes de las autoridades competentes. No se fíen en estas situaciones de emergencia de nada que no provenga de fuentes oficiales y contrastadas. Desde la web de la propia Red Eléctrica a las de medios que le hayan demostrado su solvencia. Y si vuelve usted a creer en algún supuesto medio, periodista o blog cuyas mentiras ya se han comprobado más de una vez, sin rectificación alguna, el responsable de creerlo y de propagarlo es fundamentalmente usted.
6.- Si se hubiera tratado de un ciberataque, es urgente conocer con detalle y máxima transparencia qué necesidades tiene España para defenderse y qué recursos necesitamos. La batalla contra ese arma que no provoca sangre pero puede paralizar un país es probablemente en la que más tiene que esforzarse España, sin caer en otros derroches belicistas con escaso sentido práctico, racional y moral. Y si todo hubiera surgido de un incidente energético (ya sea ese incendio en el sur de Francia o cualquier otro “accidente”), también es necesario conocer hasta el último detalle del mismo, para extraer las responsabilidades y las lecciones pertinentes y para adoptar medidas que puedan evitar un nuevo gran apagón.
y 7.- Da la impresión de que en el plano político hay quien no termina de asumir lo que significa un ejercicio de responsabilidad de Estado y cívica. Tardó menos de una hora una parlamentaria del PP en señalar, desde la entrada de la central nuclear de Almaraz, al Gobierno como responsable, aun sin saber absolutamente nada de lo que estaba pasando. Y tardó solo unas horas el propio Feijóo en trasladar duras exigencias a Sánchez en la gestión del apagón (pidiendo una declaración de emergencia que ya se había decidido aceptar para todas las comunidades que la solicitaran). Y lo hizo precisamente desde València, el lugar más indicado para que Feijóo no pierda una sola oportunidad de callarse en materia de emergencias.
Cuesta mucho mostrar algún signo de esperanza sobre lecciones colectivas después de la velocidad en la desmemoria tras la pandemia. Confieso que nunca pensé que después del confinamiento, de las muertes por abandono en las residencias de Madrid, de la evidente necesidad de proteger y reforzar la sanidad pública, asistiéramos en gran parte de España –y muy especialmente en Madrid– a todo un proceso de desmantelamiento de la “mejor sanidad del mundo” y una absoluta desatención de la atención primaria, esa primera “frontera” para la buena gestión de la salud pública. Pero tanto en aquella “crisis inédita” como en este sorpresivo y total apagón, se ha demostrado el valor y la necesidad de una información fiable, de un periodismo honesto, concebido como lo que es: un servicio público con unos códigos éticos irrenunciables. Ni clic ni clac: ya sea a través de una radio a pilas o del último smartphone, necesitamos periodismo decente. ¡Seguimos!
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