Por qué en Galicia decían que tiene más sombra que cuerpo

Una noche del año 1911, el periodista Julio Camba fue testigo de cómo la ciudad de Londres “se estremecía, mitad de frío y mitad de terror.” Había en marcha una huelga de trabajadores que planeaban manifestarse al grito de se acabó el carbón, y con las temperaturas de aquel mes de octubre, la gente se echó a temblar –nunca mejor dicho–, y no sólo en la capital del imperio, donde se calculaba en aquel tiempo que había “siete millones y medio de chimeneas”, sino en toda Gran Bretaña, por la que amenazaba propagarse el conflicto, dado que era de aquella fuente energética de donde salía “todo el calor de Inglaterra, así el industrial como el sentimental.”

Ese texto, que ahora reaparece como parte del volumen Mis páginas mejores, con el que la editorial Cátedra vuelve a llevar a las librerías la obra del escritor de Vilanova de Arousa, me ha hecho pensar de nuevo en el apagón del otro día y en tantas personas impacientes que perdieron los nervios y corrieron como almas que lleva el diablo a vaciar hipermercados y cajeros automáticos: habrían tal vez escuchado al alcalde de Madrid, que había pedido, ni corto ni perezoso pero sí destemplado y pasándose tres pueblos, que se desplegara inmediatamente al ejército, para impedir disturbios y saqueos. No ocurrió tal cosa, porque las y los ciudadanos dieron una lección colectiva de urbanidad.

Feijóo se lo sigue pensando. En Galicia había quien siempre dijo de él: “Ten máis sombra que corpo.” A ver si va a ser eso

Lo siguiente que hicieron la derecha y la ultraderecha, que de la polarización aprovechan hasta las raspas, fue montar como protesta contra el aún inexplicable fundido a negro una aparatosa concentración a la que no fueron ellos, ni Feijóo ni Abascal. La cita, por supuesto, era donde siempre, en la plaza de Colón, aunque tras el fracaso monumental de la convocatoria algún medio quiso disimular que habían acudido cuatro gatos, poniendo a su llamémosla información una imagen de otro año y en otro sitio, la Cibeles, que tuvieron que apresurarse a borrar de la red, como si eso fuera posible, porque los internautas les vieron el plumero y les cayó la del pulpo. El lema de la marcha, donde por desgracia ondearon banderas preconstitucionales, porque en el neofascismo cañí hasta el rabo todo es toro, era también el habitual: que Sánchez tiene que dimitir y convocar elecciones. La teoría del asunto, sin embargo, era más bien rara: debe irse, sostenían los promotores ausentes, porque cuando se hicieron las sombras tardó más de la cuenta en salir a informar de lo que había ocurrido, quién lo hizo, si es que había un culpable, para qué o qué fallo técnico se produjo, qué sistemas de seguridad fallaron… Lo cierto es que han pasado quince días y ni los muchos expertos de aquí a los que se les ha pedido su opinión, ni tampoco los profesionales de la Unión Europea que están estudiando el suceso, tienen aún una respuesta, así que ¿cómo la iba a tener el presidente del Gobierno a las tres horas de haberse ido la electricidad?          

Si la escasa asistencia a la manifestación puede leerse de alguna forma, será para entender que los simpatizantes conservadores empiezan a desbandarse y muestran signos de fatiga ante la proliferación de mensajes catastrofistas, la sal y brocha gordas que usan para todos los guisos y todos los carteles y la llamada repetitiva a las calles, que, por otro lado, nunca han sido su especialidad. Un brindis al sol no es bueno cuando las copas están vacías ni cuando quienes lo hacen tienen mal vino.

Mientras acosan y derriban, mientras embisten contra La Moncloa igual que si fuera un gigante y no un molino, un papel que le va mejor al líder de Vox, que tiene algo de Don Quijote achaparrado o de gimnasio, el jefe del PP no sabe qué hacer con sus propios problemas ni lavar la ropa sucia en casa, así que la lentitud con la que se supone que le está haciendo la cama al intolerable Mazón la aprovechan algunos fantasmas de su castillo para asomarse a las torres: ahí está Francisco Camps, ofreciéndose a volver, una vez exonerado por la justicia de todas sus causas pendientes, asegurando que dimitió “en 2011 sin necesidad de hacerlo para no perjudicar a Rajoy en las generales", con lo cual dice también lo que no dice, que al aún president de la Generalitat valenciana le sobra cobardía y le falta sentido de la lealtad. A su lado, para apoyar su candidatura, que él definió como “un revulsivo”, estaban Carlos Fabra, el hombre fuerte en su día de Castellón al que le tocaba la lotería cada cuarto de hora y que acabó en la cárcel; o Alfonso Rus, el que decía en una conversación interceptada por las fuerzas de seguridad y filtrada a los medios de comunicación: “Pero ¿qué le voy a hacer yo, si les digo que les voy a llevar el mar y la playa a Xàtiva, que está en una montaña, y se lo creen y me votan? Pues, prometérselo otra vez para que me vuelvan a votar.” 

Los peritos encargados de investigar lo que hizo Mazón en las horas envenenadas de la dana concluyen que “falló en liderar, alertar y coordinar” ante la emergencia, “causando pérdidas humanas evitables.” La jueza a cargo del proceso habla, entre otras muchas cosas, de "grosera negligencia". Feijóo se lo sigue pensando. En Galicia había quien siempre dijo de él: “Ten máis sombra que corpo.” A ver si va a ser eso.

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