El último día
“Voy a morir. Lo sé. Lo presiento. Solo tengo que ver la cara de mis carceleros, con sus sonrisas sarcásticas cuando nos miran, sus comentarios carentes de sensatez, los gritos irracionales que nos lanzan, sus humillaciones continuas. Pero lo peor no es morir y no saber cuando será. Lo peor es que no sé por qué me quieren matar. ¿Es delito defender la libertad? ¿Es rebelión apoyar lo que el pueblo ha votado? ¿Es sedición mantener el poder establecido? Desde que era pequeño, mis padres me educaron en el respeto, en la convivencia, en la igualdad, incluso en el saber perdonar. ¡Qué ironía! Por defender todo eso, estoy aquí. Y lo peor es que nunca saldré de aquí vivo. Lo sé.
Ya he perdido la cuenta de cuántos días llevo aquí. Los segundos, los minutos, las horas e incluso los días, parecen eternos. Solo he visto a mi mujer un día, unos minutos. Creo que serán los últimos. Y lo peor es que, para ello, ella sufrió vejaciones, insultos e incluso cuando estuvimos juntos, tras los barrotes, el carcelero que estaba más cerca a nosotros se reía a carcajadas, levantando su mano derecha, y cuando la bajaba hacía en el aire la señal de la cruz y volvía a carcajearse más fuertemente, lanzando miradas lascivas no solo a mi mujer sino también a las compañeras de otros que estaban conmigo encerrados. Ese fue el único momento que la vi. Y pese a todo, estoy contento. Estoy comprobando que, cuando alguien vuelve a tener otra visita, al poco tiempo, es sacado a golpes, con humillaciones e insultos, y ya no vuelven a traerlo. ¿Lo habrán dejado libre? ¿Le habrán perdonado? ¿Habrán comprendido que nuestro único delito es creer en la libertad? Quiero pensar eso, pero mi cerebro me dice una y otra vez que no es así. Que cuando vuelva mi mujer será la última vez.
Esto es un relato, pero por desgracia no de ficción. Fue el genocidio del franquismo que la derecha y ultraderecha quieren que se olvide y quede impune
Voy a morir. Lo sé. Lo presiento. Por eso debo escribir una carta. Una carta dirigida a mi familia, al pueblo, a todos los seres humanos para que leyéndola comprendan que esta forma de actuar no es digna de un ser humano, y decirles que, pese a todo, crean en la bondad, en la libertad, en la igualdad, pues solo eso salvará al ser humano y a la democracia. Tengo que escribirla. No sé si me dará tiempo. La esconderé en los bajos de mis pantalones para que cuando se la den a mis familiares, la encuentren. No sé cómo empezar. No quiero morir.
De todos modos solo espero que, si van a matarme, lo hagan con dignidad y que por lo menos entreguen después mi cadáver a mis familiares, para que así ellos me den una sepultura que como ser humano merezco. Solo quiero eso, solo deseo eso. Una muerte y una tumba dignas.
Voy a morir. Lo sé. Lo presiento. ¿No me van a juzgar? ¿No voy a tener un juicio donde pueda defenderme? Oigo pasos. Cada vez más fuertes. Les oigo reír fuertemente y escucho mi nombre en voz alta. ¿Adónde me van a llevar? ¿No voy a ver a mi mujer? No he acabado la carta. Dejadme terminar.
Voy a morir. Lo sé. Lo presiento. Me mataréis, pero mis ideas, esas no las vais a matar. ¡Viva mi dignidad!”.
Esto es un relato, pero por desgracia no de ficción. Fue el genocidio del franquismo que la derecha y ultraderecha quieren que se olvide y quede impune.
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Ximo Estal es socio de infoLibre.