Naufragio del apocalipsis Pilar Velasco

Esta semana pasada varias mujeres con voz pública iniciaron una campaña en la que denunciaban los mensajes de odio que reciben por las redes y exponían públicamente a los agresores. En las mismas fechas también se hizo público que una jueza ha admitido la denuncia de Silvia Bronchalo, madre de Daniel Sancho, contra su ex y padre del condenado por asesinato, Rodolfo Sancho, por vejaciones y maltrato psicológico, al tiempo que salía a la luz alguno de los mensajes que Rodolfo envió a Silvia y por los que esta le ha denunciado. Y volví a sentir curiosidad y simpatía por esa mujer que ha sabido conservar la dignidad a lo largo de un proceso terrible.
"Tienes bipolaridad y tiene tratamiento. Pirada. No te enteras de nada. Eres una incapaz. Nuestro hijo tiene traumas por tu culpa, eres del pueblo llano, no sabes inglés […]. No me gustan tus nervios, tu histeria y la rabia que tienes dentro [...]". Este es uno de los mensajes que Rodolfo mandó a Silvia Bronchalo durante el juicio a Daniel Sancho por el asesinato de Edwin Arrieta. No es más que una nueva muestra del subtexto de género que permea todo el caso, desde el propio asesinato hasta el proceso penal.
Sobre todo ello podría escribirse una tesis. Una tesis que ofrecería otra mirada, no morbosa, no sensacionalista, feminista, de las implicaciones sociales y políticas del caso Sancho; que, en el sentido referido, no es sólo de Daniel, sino también de Rodolfo. En su día, el asesinato perpetrado por Daniel Sancho y todo lo que le siguió ya me parecía un ejemplo (trágico y doloroso) de la manera en que neoliberalismo y patriarcado contribuyen a construir a algunos individuos contemporáneos, que pueden acabar condenados por asesinato, como en este caso, o pueden acabar dirigiendo países.
El mensaje que Rodolfo le envía a Silvia –y que, al parecer, es uno de muchos– es tan paradigmático del daño que hace la masculinidad tóxica, que partiendo de estas cuatro líneas es posible explicar cómo funciona la violencia contra las mujeres, qué es el machismo y qué provoca; cómo se relaciona con el clasismo, el narcisismo extremo, la falta radical de empatía y la desconexión absoluta de la realidad, todos ellos rasgos que, desgraciadamente, son los que adornan a algunos dirigentes contemporáneos.
Más allá del contenido concreto del mensaje, todo él aparece envuelto en un tono chulesco, de superioridad y amenaza; un tono que todas las mujeres sabemos lo que significa y que ahora emplean también muchos mandatarios como muestra de poder y de fortaleza. El mensaje pretende dos cosas. La primera es atemorizar, anular, paralizar y esto lo hace acusándola de loca: “histérica, pirada, bipolar, incapaz”. En segundo lugar, busca responsabilizar a la madre por el comportamiento de su hijo: “Nuestro hijo tiene traumas por tu culpa”.
Todo él aparece envuelto en un tono chulesco, de superioridad y amenaza; un tono que todas las mujeres sabemos lo que significa y que ahora emplean también muchos mandatarios como muestra de poder y de fortaleza
Ambas cosas son dos de las estrategias patriarcales más antiguas y conocidas: para callarnos y para que nos inunde la culpa. Pero son también una manera en la que, en la actualidad, esos mandatarios a los que hago referencia se dirigen a sus pueblos: con una ristra de insultos que buscan acallar y con una ristra de desacomplejadas mentiras que pretenden culpabilizar a los/las demás de los propios errores.
A estas alturas las mujeres conocemos de sobra esas estrategias y eso hace que el mensaje, leído desde fuera y más allá del dolor que pueda provocarle a Bronchalo, resulte ridículo. Ridículo es que utilice el calificativo de “incapaz” la misma persona que ha mostrado una incapacidad radical para entender nada de lo que estaba pasando y para organizar una defensa de su hijo que fuera mínimamente funcional. Ridículo es que pretenda culpabilizar a la madre de unos supuestos traumas que, al parecer, condujeron a Daniel a asesinar y descuartizar a otra persona.
Suponer que alguien asesina por unos supuestos traumas implica una absoluta desconexión con la realidad. Pero, además, es que es evidente para cualquiera que haya seguido el caso que algo de la personalidad disfuncional de Daniel tiene que ver con la personalidad de Rodolfo (sin que esto quiera decir, en absoluto, que este sea culpable del comportamiento de su hijo).
No es complicado apreciar en el mensaje narcisismo, machismo, sentimiento de superioridad moral sobre el mundo y nula empatía que, exacerbados, apreciamos en Daniel junto con una completa carencia de límites. Pero eso mismo ya lo habíamos observado en un documental en el que apareció Rodolfo y en el que mostró al mundo su nula inteligencia emocional (…y de la otra también), ya que el documental no hizo ningún bien ni a él ni a la defensa de su hijo.
Por último, Rodolfo pretende insultar a Bronchalo “acusándola” de ser del pueblo llano, palabras estas que rezuman un clasismo tan absurdo que resultan, como poco, un insulto a la inteligencia.
Suponer que alguien asesina por unos supuestos traumas implica una absoluta desconexión con la realidad.
Es imposible empatizar en nada con Daniel y es difícil hacerlo con Rodolfo, pero es fácil hacerlo con Silvia Bronchalo, cuya inteligencia emocional y sentido de la realidad son, en todo caso, muy superiores a los de Rodolfo. Ambas cosas le han permitido percatarse de que la defensa dirigida por este —y de la que ella fue expulsada— no podía sino contribuir a perjudicar aún más a Daniel Sancho dentro de sus ya escasas opciones.
La actitud de Daniel después del crimen y toda su personalidad previa es muy similar a la de muchos de los mandatarios que hoy amenazan la democracia y la paz. Lo que conocemos de su personalidad, por sus tuits y las declaraciones de sus conocidos, ya nos lo muestran como un sujeto machista, clasista, narcisista, pijo, ahogado por su propia homofobia internalizada, inútil para cualquier cosa excepto para estar satisfecho de sí mismo. No se le vio un gesto de arrepentimiento o dolor ni siquiera cuando estaba explicando el crimen a la policía de Tailandia. Se le veía un sujeto blindado a la empatía y al exterior, quizá convencido de que el dinero de su familia y sus contactos le librarían también de las consecuencias de su asesinato.
Y, más allá de la ya probada culpabilidad de Daniel –y aun antes de los mensajes contra Bronchalo–, es evidente que la masculinidad tóxica de Rodolfo ya le había procurado al acusado la peor defensa posible. Seguramente hubiera sido mucho más inteligente enfrentar este caso desde la humanidad más vulnerable, empática y relacional de Silvia Bronchalo antes que hacerlo desde el machismo y bloqueo relacional de Rodolfo. Aquí hay dos maneras antagónicas de ser, pero se impuso aquella que, quizá, en lo personal y cotidiano puede garantizar más poder en un mundo como este pero que no es útil para minimizar las consecuencias de un crimen como este, inapelable.
Más allá de la ya probada culpabilidad de Daniel, es evidente que la masculinidad tóxica de Rodolfo ya le había procurado al acusado la peor defensa posible.
Rodolfo, autoconvencido de su capacidad, decidió hacerse cargo de todo y todo lo hizo mal. Comenzó eligiendo a un abogado "mediático" como García Montes y no a un abogado penalista serio y alejado de las estridencias del mundo de la prensa rosa. Lo segundo fue escoger como portavoz a otra abogada, Carmen Balfagón, conocida por su pertenencia a Vox. Si algo necesitaba Daniel Sancho, aunque solo fuera por mejorar su condena y su imagen, era refugiarse en el arrepentimiento y en el perdón de la familia de la víctima. Sin embargo, hizo lo contrario: negar lo evidente y acusar a la víctima de habérselo buscado vertiendo insinuaciones homófobas y machistas.
Digamos que la defensa fue consistente con la ideología de extrema derecha: chulería, insolidaridad con las víctimas, machismo, homofobia… La actitud del asesino, de Rodolfo Sancho y de la defensa fue en todo momento de la proyectar una imagen de fuerza, de ataque, de lucha, palabra esta que parece un fetiche para Rodolfo Sancho, que no deja de utilizarla. “Luchar, luchar, seguir luchando”, en lugar de pensar, dialogar, entender, arrepentirse, empatizar.
Por eso, ante la opinión pública Rodolfo Sancho mostró la peor imagen posible: arrogante y desafiante, comparando a Daniel con una víctima de la violencia machista y sin mostrar nada que pareciera, ni de lejos, el más mínimo dolor por lo sucedido. “A mí no me vais a ver llorar”, dijo en sus primeras declaraciones ante la prensa. Le faltó decir: “De maricón tengo poco”. En realidad, todo lo que ha rodeado a la defensa de Daniel Sancho ha consistido en añadir maldad y estupidez a la maldad del crimen.
Por el contrario, Silvia Bronchalo, la madre, esa a la que Rodolfo Sancho tilda de "pirada" e "incapaz", pidió perdón a los familiares de la víctima e incluso lloró con ellos, hasta el punto de que estos terminaron alabando su actitud. Por lo mismo, y según nos contó el abogado de la víctima, ella era partidaria de organizar una defensa radicalmente diferente, en la que Daniel mostrara auténtico arrepentimiento, pidiera perdón y colaborara en lo posible para atenuar el dolor de la familia de la víctima.
En realidad, esto es lo que hubiera recomendado cualquier abogado competente y lo único que hubiera ayudado a Daniel Sancho a encontrarse con una condena más llevadera que hiciera posible su traslado a España antes y no después. Lo contrario de lo que se hizo y de lo que se continúa haciendo. Finalmente, y por una cuestión de principios, me alegré de que Daniel Sancho se librara de la pena de muerte y espero que algún día pueda venir a España, donde los presos tienen derechos.
Si yo fuera Daniel le cerraría la puerta a su padre y se la abriría a su madre, pero no lo hará porque me temo que tiene mucho más de aquel que de esta. Estos comportamientos, por ahora, están sirviendo para sacar rédito político, pero quizá no sean efectivos para librarse de un crimen más que evidente. En fin, si hay un incapaz en toda esta historia es Rodolfo Sancho, aunque sepa inglés.
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Beatriz Gimeno es exdirectora del Instituto de las Mujeres.
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