La vacante de Dios

El último gesto del papa Francisco, la bendición urbi et orbe del pasado domingo, se produjo como una noticia del más allá y como un aviso del aquí mismo. El papa Francisco se ha muerto en el momento más oportuno, cuando las costuras del orden mundial del siglo XXI parecen estar a punto de romperse definitivamente. El oportunismo es la música favorita de un político. El temblor de la muerte inmediata de Bergoglio dramatiza los hechos que suceden en Washington, Moscú, Bruselas y Pekín. La vacante de Dios deja transitoriamente un vacío de poder en la Tierra, como si la gramática del catolicismo abrazada a la democracia liberal, herida y asediada en este siglo, se hubiera quedado muda, ahora que la religión regresa como una exhortación de certidumbres sencillas y asibles.

La religión irrumpe, sí, como un destello de verdades absolutas en el siglo XXI. Quizá la gran obra de Francisco es haber querido encajar los dogmas de la Iglesia en el pentagrama de la democracia liberal, alejándose de Trump y asumiendo la enorme complejidad y permanente contradicción que eso conlleva. Quizá, la vacante de Dios en la Tierra nos deja el espejismo de un milagro, una serie de esperanzas que se harán solubles (y desaparecerán, probablemente) en el manto cardenalicio del próximo Papa. 

La religión ha vuelto. La verdad absoluta y sencilla, maniquea y simplificada del Evangelio, hoy es la palabra visionaria de un reino ordenado y cierto, demandado por las masas y servido en la bandeja plateada del ujier negro que habita en la Casa Blanca. La religión sigue embarnizando la autoridad del Príncipe que en este siglo, en el planeta americano, parece que ya no necesita de la bendición de ningún Papa. En cualquier caso, el siglo XXI y el XIX se dan la mano a través de la conquista de la tierra y, sobre todo, la conquista del espíritu que es, en última instancia, la conquista de la palabra

El Vaticano de estos doce últimos años ha sido el gran aliado de la diplomacia y el diálogo, esa praxis que venimos ejerciendo desde Sócrates, pero que no siempre contó con Dios como aliado

En EEUU vuelve el milagro de los renacidos que sólo adquiere forma cuando el vellocino de oro ilumina las columnas de la Casa Blanca, mientras se sacrifica a un presidente delante de las cámaras. En Rusia, el espíritu imperialista del nuevo zar resucita barnizado con palabras divinas, manejando el sermo vulgaris de Dostoievski que, con la guerra cultural, como entonces, vuelve a ser moda. Las proclamas autoritarias aterrizan bendecidas por el dólar o Dios, mientras Europa se queda huérfana de papa, cuando parecía haberse puesto del lado de las democracias y socialistas y democristianos habían vuelto a sembrar alianzas que conjurasen el síndrome de Weimar. El Vaticano de estos doce últimos años ha sido el gran aliado de la diplomacia y el diálogo, esa praxis que venimos ejerciendo desde Sócrates, pero que no siempre contó con Dios como aliado. 

Decimos a veces que Bergoglio es la excepción de este siglo, pero uno cree que el siglo XXI es la movida de las grandes excepciones, como lo es Putin o lo es Trump, como lo es Sánchez, el último beduino de la socialdemocracia. El último papa, el misterio periférico del Sur, rompió toda la gramática ritual y aristotélica de Ratzinger para comportarse como un líder de la raza de los desheredados, que diría Guide. Bergoglio era una excepción moral a todo esto. Llenó a Dios de contenidos civilizados, dialogó con los árboles y la naturaleza, se acercó a los márgenes de la Iglesia y convirtió a los que habitan en los extremos de la vida, en el corazón palpitante del debate. 

La vacante de Dios nos devuelve la figura subalterna y sombría del camarlengo. Toda la liturgia de la Iglesia es un thriller constante en manos de Ron Howard, un suponer. Los medios de comunicación han convertido la muerte del Papa en una película barroca donde la Iglesia se desnuda desvelando todo su misterio político. Quizá la mística de la democracia sólo sea el sacramento de la Comunión para católicos y ateos y en eso, los ateos nos sentimos vinculados a las metáforas que ha ido sembrando a lo largo de la historia la Iglesia Católica. Cuando España vive la rebelión de las togas y la fachosfera alimenta el bullicio, cuando asistimos a un resurgir de las viejas ideas, «tiritando bajo el polvo» como viejos cuchillos, el papa se muere dejando un alivio de luto entre la burguesía católica, o el catolicismo burgués, que espera la llegada de Aznar, otro renacido, no por sus ideas políticas, sino sencillamente porque va a misa.

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