Gente corriente... que recicla tus chapas

Casi siempre que hablo con adolescentes, sobrinas, sobrinos, hijos o hijas de amigos, procuro contarles algo que pueda resultarles útil para la vida (bajo mi punto de vista, claro, igual mi aportación es tan prescindible como una yogurtera…).

La mayoría de las veces veo dibujada en sus caritas la súplica: “espero que la chapa de la tía no se alargue mucho, he quedado”, pero no desisto y por amor propio, seguramente, antes de que se arranquen con un: “señora suélteme el brazo” les digo algo que a estas alturas ya es un estribillo:

“Es muy probable que ahora no te interese esto que te cuento, pero puede que dentro de muchos años te acuerdes y… a lo mejor te viene bien”.

No siempre les doy consejos profundos, a veces, me contento con recomendaciones superficiales, no sé… que no se cierren a los nuevos sabores: “Anda, prueba las acelgas ¿Y si estás perdiendo la oportunidad de conocer al que podría ser tu plato favorito?” Mirándolo bien, si la enfocas en sentido metafórico, no es tan frívola esa sugerencia… En cualquier caso, nunca trato de darles lecciones desde la veteranía, una ya sabe que la experiencia sólo se construye a base de meter tus pies en los charcos. Que otros se los mojen no convalida como asignatura aprendida. 

Sí, me gusta pensar que alguien, alguna vez, podrá asirse a través de la memoria a algún pensamiento mío que le ayude, por simple que este sea

El otro día, justo después del enésimo consejo al hijo de unos amigos me pregunté por qué lo hago: ¿Por ayudar, por entretenerme, por trascender, por sentirme “influencer” aunque sea en modo abuela cebolleta? La verdad es que me sale solo, es un hábito inconsciente, un gesto automático como el de silbar mientras hago la maleta.  

Y dándole algunas vueltas, llegué a la conclusión de que esto de regalar asesoramiento en píldoras lo hago en pro de la  “sostenibilidad”. Es una especie de movimiento de economía circular vital, si a alguien le sirve lo que tú ya utilizaste, no se perderán del todo ni tu esfuerzo ni tus logros. Si tenemos en cuenta, además, que el nuevo portador le dará un uso propio, seguro que aumenta el valor de eso que tú le legaste.

No sé, nunca me había preguntado antes por qué damos consejos que no nos han pedido, será tal vez que con el paso de los años encuentras con más facilidad las preguntas que las respuestas… Aunque creo que algo tiene que ver la inquietud por el anarcoliberalismo salvaje que va tomando el mundo, por ese “sálvese quien pueda” que flota en el ambiente, por el individualismo despiadado que va calando y crea la sensación de que cuando mires atrás y veas el precipicio no habrá nadie que te sujete. No sé, tengo la sensación de que no nos dará tiempo a decir “paren el mundo que yo me bajo”, porque nos habrán obligado a bajar en marcha. 

Sí, me gusta pensar que alguien, alguna vez, podrá asirse a través de la memoria a algún pensamiento mío que le ayude, por simple que este sea. Del mismo modo que lo hago yo, cuando me agarro al ancla de los que me precedieron para no sentir que navego en un barco sin nadie al volante…

“Es muy probable, querido lector, que ahora no te interese mucho esto que he escrito, pero puede que dentro de muchos años te acuerdes y… a lo mejor te viene bien”.

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