'Habemus traditionem': el manido recurso a la tradición

Joaquín Ramón López Bravo (FMD)

Uno de los argumentos preferidos por los conservadores de todos los tiempos es el llamamiento constante a “la tradición”. A veces ese llamamiento está oculto, como cuando se resisten a cambios sin ni siquiera evaluarlos. Otras veces el llamamiento a la tradición es evidente: esto siempre se ha hecho así.

Si hiciéramos caso a este argumento, seguiríamos comiendo carroña en las campiñas del mundo, porque al primer homínido que le dio por emplear una piedra como arma, el resto le habría dicho que eso no era lo tradicional, y qué barbaridad armarse. No es natural. Incluso aunque se hubiera ido aceptando, el paso de la cultura lítica a la metálica habría sido imposible: que si el calor para derretir el metal sería mejor aplicarlo a calentar las cuevas, que si encontrar el metal era fatigoso, que si donde esté una buena flecha de piedra que se quite la de bronce, más endeble que la roca, que si…

La historia de la humanidad está marcada por el abandono de tradiciones, pese a que cualquier tropiezo de las novedades ha sido aprovechado por los conservadores para mostrar la endeblez de lo nuevo. El ejemplo más reciente ha sido, tras el apagón, la loa de los transistores a pilas, señalando que estamos “demasiado digitalizados”. Y este último ejemplo es aplicable incluso a mentalidades moderadamente progresistas.

No está mal conservar algunas tradiciones. Refuerzan lazos en colectividades humanas, dan un marco de pertenencia tan necesario aún para nuestra especie y permite el reconocimiento de quienes comparten esa tradición. Pero conservar a ultranza o intentar retornar a tiempos pasados argumentando elementos tradicionales es algo completamente desmentido por el progreso de la humanidad.

No voy a entretenerme en glosar cómo el progreso nos ha permitido (en general) mejorar. Pero sí quiero reflexionar sobre dos tradiciones muy antiguas que, si bien han sufrido algunas modificaciones, casi siempre tendentes a conservar mejor la tradición para que nada cambie, han perdurado a través del tiempo y están profundamente imbricadas: la religión y la milicia. Y voy a centrarme en éstas porque estamos viviendo unos tiempos en los que ambas tienen un protagonismo esencial en nuestro día a día.

Por lo que se refiere a lo religioso, está estudiado que el aprovechamiento por parte de algunos del sentimiento espiritual y del miedo a lo desconocido hizo residenciar el poder absoluto en seres mitológicos que lo ejercerían sobre los seres humanos. Ese poder, primero sobre la naturaleza, más adelante sobre las sociedades y finalmente sobre cada ser humano concreto, sigue hoy residenciado en los diferentes dioses, llámense Jehová, Alá, Krishna, Brahma, Huitzilopochtli o cualquier otra manifestación de un (o varios) todopoderoso(s) que rige(n) los destinos de la humanidad, o al menos de la parte de la humanidad que los acepta como tales.

En nuestra civilización, cristiana y católica, la tradición religiosa tiene un peso tremendo en la sociedad civil. Los conservadores consideran la religión católica como “tradicional” y como base de toda la sociedad. Se remontan incluso al nacimiento de este sentimiento religioso para, por ejemplo, señalar que el papel de la mujer en la iglesia debe mantenerse como secundario. Para ello no dudan en señalar que no hubo mujeres entre los apóstoles, desconociendo la realidad histórica del momento en que nació la religión cristiana como secta de la judía y se escribieron sus preceptos.

Realidad que la tradición ha perpetuado hasta nuestros días. Cualquier avance en la desaparición del predominio patriarcal y la búsqueda de igualdad entre las personas, tengan el sexo o el género que tengan (no digamos ya la raza o la religión) está constantemente en cuestión y negado por buena parte de esos conservadores, empeñados o casi en volver a los tiempos de Torquemada.

Una muestra del enorme peso que tiene esta tradición religiosa es cómo las festividades (en general) están ligadas a un evento religioso: Navidad, Semana Santa, los santos patronos. En España apenas si hay fiestas laicas e incluso algunas (por ejemplo el 12 de octubre) están teñidas de cierto espíritu de religioso.

La más palmaria demostración de este conservadurismo religioso la tenemos en la elección del nuevo papa. Además de todos los rituales que se siguen, muchos de ellos de origen medieval, se utiliza una lengua muerta. Serán 133 varones quienes elegirán al varón que regirá los designios de un Estado cuyos representantes están por todo el mundo y adoctrinan a 1.400 millones de personas. Y además se hará en lo más analógico posible, y con un símbolo que recuerda a las señales de humo de los indios americanos.

Y todo esto narrado en directo con profusión de medios económicos y sociales. Los medios de comunicación social dedican horas (días), muchas de ellas rellenas con comentarios inanes, entrevistas sin interés real, discusiones inútiles y vaticinios casi siempre equivocados, a narrar todo el proceso de elección que no se compadece con la atención a ningún otro proceso electivo más que, si acaso, el de las votaciones de cada propio país.

El peso de la tradición es aquí absolutamente evidente.

La otra tradición es la militar. Quiero dirigirme a la presencia de lo militar en muchas manifestaciones civiles y religiosas, y en la profunda implicación “tradicional” entre ambas realidades humanas, al menos en España. Desde antiguo los ejércitos han pedido el favor de sus dioses en las batallas y han ofrecido a sus dioses sus victorias, como si esos dioses se complacieran en ver cómo sus criaturas se matan entre sí, se someten entre sí, se esclavizan entre sí, lo que deja en entredicho los mensajes de paz y amor que casi todas las religiones difunden.

No hay cuerpo militar que no goce de la presencia de capellanes militares que bendicen y asesoran espiritualmente (adoctrinan) a toda la tropa, sean los soldados católicos o no

En España muchas celebraciones civiles se han acompañado tradicionalmente con un desfile militar bendecido por la iglesia. Y cuando, por las razones que sean, se ha suspendido un desfile militar, los conservadores han salido en tromba a señalar que ese desfile es una tradición. Poco importa que esa tradición tenga muchos siglos o sólo unos pocos años: es tradicional. Y lo es porque la historia de la humanidad, y naturalmente la de España, está jalonada de hitos de intervención militar, a veces en guerras contra extranjeros y a veces en guerras disciplinantes de la propia población o la parte de la población que no es “respetuosa” con la tradición.

Lo vemos en la celebración del Día de las Fuerzas Armadas, el día de la Fiesta Nacional, en una feria de turismo “ocupando” un stand… E incluso lo hemos visto en la celebración de la fiesta de una comunidad autónoma, y el enfado monumental de los responsables conservadores de alguna de esas comunidades cuando no les han permitido el lucido desfile militar a los acordes de una música ligada a la tradición de esa comunidad y no a la tradición castrense. En lo tocante a tradiciones, también hay gustos y pareceres.

Y sobre la implicación entre religión y milicia, además de la bendición religiosa que reciben armas, banderas y diferentes impedimentas militares, incluso aviones y barcos de guerra, son muchas las manifestaciones religiosas que cuentan con la presencia de militares, a veces muy protagonista y otras veces simplemente como acompañamiento en procesiones y otras manifestaciones religiosas. Y no hay cuerpo militar que no goce de la presencia de capellanes militares que bendicen y asesoran espiritualmente (adoctrinan) a toda la tropa, sean los soldados católicos o no.

Habría quién podría decir que quien no tenga miedo a la ira de Dios, lo tenga a la ira de quienes empuñan las armas, esta última mucho más constatable y bastante más predecible.

En definitiva, hay tradiciones que deberíamos revisar e ir abandonando con cuidado y esmero. Unas, por lo que representan de segregacionistas de esa mitad de la humanidad que son las mujeres y de los miles de millones de seres humanos que no comparten esa tradición, que, por ejemplo, en el caso de los católicos, son más de 7.000 millones. Valdría decir que sólo 15 de cada 100 personas de este planeta están ligadas a esa tradición. Otras porque son recordatorio de momentos dolorosos, guerras, algaradas, pronunciamientos y represión en contra de la sociedad civil, que es la mayoría en el mundo.

Y las dos juntas, porque unir bendiciones y bayonetas es una contradicción muy difícil de tragar. Por muy tradicional que sea

Joaquín Ramón López Bravo (FMD)

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El blog del Foro Milicia y Democracia quiere ser un blog colectivo donde se planteen los temas de seguridad y defensa desde distintas perspectivas y abrirlos así a la participación y debate de los lectores. Está coordinado por Miguel López.

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8 de mayo de 2025 - 20:58 h
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