VIOLENCIA SEXUAL EN EL CINE
El 60,3% de las mujeres de la industria audiovisual han sufrido violencia sexual

En enero del año pasado, tres mujeres decidieron dar un paso adelante para nombrarse públicamente como víctimas del cineasta Carlos Vermut. Hablaron de violencia sexual, pero también del silencio, el hermetismo y la normalización de las agresiones en entornos de poder. Sobre esos mismos ejes pivota, precisamente, la primera gran investigación sobre violencia sexual en la industria del cine, Después del silencio, elaborada por la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (CIMA) y publicada este jueves. Las cifras dan cuenta de la dimensión de un problema que se ha demostrado estructural: el 60,3% de las mujeres declaran haber sufrido algún tipo de violencia sexual en los espacios relacionados con la industria del cine y del audiovisual.
La ministra de Igualdad, Ana Redondo, encargada de inaugurar las jornadas alrededor del informe, ha destacado la responsabilidad de trabajar de forma conjunta para "encaminarnos hacia una sociedad más digna" frente al "retroceso y el impulso que pretende devolvernos a tiempos pasados que creíamos superados". "Vamos a mejorar esta situación, vamos a ir juntas y caminar hacia la renovación que se merecen las mujeres de hoy, pero también las que vengan", ha añadido, ante un público en el que se encontraban también la directora del Instituto de las Mujeres, Cristina Hernández, y la eurodiputada y exministra de Igualdad, Irene Montero.
La violencia como parte del entorno laboral
Todas las mujeres profesionales, sentencian las autoras del informe, reconocen haber tenido que enfrentar alguna forma de violencia sexual. Esto incluye no sólo a las actrices y directoras, sino también a profesionales de maquillaje y peluquería, sonido, guion y producción, entre otras. La investigación se sustenta en la respuesta de 312 socias de CIMA.
La aplastante mayoría, el 81,4% de las mujeres encuestadas, manifiestan haber sido víctimas de acoso verbal. Casi la mitad (49,5%), revelan haber sufrido acoso físico y el 22,3% hablan de acoso virtual o digital. Todas estas expresiones de violencia se producen a partir de "patrones reiterados de normalización y naturalización", fenómenos que quedan blindados además gracias a la "impunidad hacia quienes ejercen la violencia". El silencio, el castigo y el miedo, describe la investigación, terminan de apuntalar el problema.
Nerea Barjola, coautora del estudio, ha recordado este jueves en rueda de prensa la necesidad de un "análisis crítico y político sobre la violencia sexual en la industria" y ha incidido en que la violencia sexual "es política y colectiva, no individual". La investigadora ha pueso el acento en que la "naturalizaación y normalización" de la violencia contra las mujeres en el sector se sostiene sobre "toda una estructura" que consigue integrarla como "parte del entorno laboral". Bárbara Tardón, otra de las autoras, cree importante situar el foco no sólo en el diagnóstico, sino también en las recomendaciones. Entre las medidas urgentes, ha citado la formación y especialización —a través de cursos de "como mínimo cien horas"—, la puesta en marcha de los centros de crisis contra la violencia sexual y el desarrollo de protocolos específicos.
Violencia asentada en el silencio
A las tres mujeres que decidieron denunciar públicamente a Carlos Vermut, le siguieron otros tres testimonios similares. En aquel momento, emergían las primeras grietas en una estructura asentada cómodamente sobre el silencio. Pero la raíces del problema son profundas: el grueso de las víctimas todavía es incapaz de articular palabra sobre la violencia sufrida. Según la investigación, el 92% de las mujeres que han sufrido violencia sexual no han denunciado. Sólo el 6,9% de ellas han dado el paso de hacerlo ante un cuerpo de seguridad, policía autonómica, juzgado u otra institución.
Y únicamente el 4,3% trasladó lo sucedido a una institución o asociación especializada, así que ni siquiera estaban abiertas para ellas las puertas de los órganos pensados específicamente para escucharlas. Sólo el 13,6% compartió lo sucedido con una persona responsable. La única forma que hallaron las víctimas de verbalizar la violencia sufrida, fue a través de la mano tendida de su entorno: el 94% sí se lo contó a una persona cercana. La desconfianza en las instituciones es la tónica común.
Entre las razones que esgrimen las encuestadas para no denunciar, el 30% reseña inseguridad sobre la forma de proceder, el 27% por temor a las represalias y el 22,2% estaba convencida de que no serviría para nada. Entre aquellas que sí denunciaron, los resultados estuvieron lejos de ser satisfactorios: sólo el 15,4% califica de buena la atención recibida. El 30,8% cree que fue mala y el 46,2% muy mala.
Su voz no es tomada en serio
Una de las más inmediatas reacciones ante los testimonios contra Carlos Vermut, provino del Ministerio de Cultura. En febrero del año pasado, el titular de la cartera, Ernest Urtasun, anunciaba la creación de una Unidad de Prevención y Atención contra las Violencias en el Sector Audiovisual y Cultural. En octubre del mismo año, el organismo echaba a andar.
Es una de las herramientas a disposición de las víctimas, pero su efecto es relativo debido a un gran lastre: el desconocimiento generalizado. Casi el 64% de las encuestadas no tiene conocimiento de la existencia de protocolos para prevenir y abordar la violencia sexual en el lugar de trabajo y sólo el 24,4% dice estar al tanto de los derechos que le asisten como víctima, contemplados en la conocida como Ley del sólo sí es sí.
La inmensa mayoría, el 96,2%, considera urgente poner en marcha regulaciones y medidas específicas para prevenir la violencia. Entre ellas, citan la formación, la representación femenina en puestos de liderazgos y la implementación de protocolos.
Mientras esto no suceda, la incredulidad de ellas va en aumento: el 64,4% de las mujeres considera que sus denuncias no son tomadas en serio. El porcentaje se dispara entre las mujeres más jóvenes: el 80% de las que no han cumplido los treinta años coinciden en que su voz no es tomada en cuenta.
"No confían en los protocolos, pero sí en sus compañeras"
La violencia se reproduce en la industria como un mal endémico y enquistado, tradicionalmente desatendido por los responsables del sector. "Las violencias sexuales se ejercen en todos los espacios y fases de la actividad profesional, también en entornos privados o íntimos: escuelas, fase de formación académica, casting, ensayos, rodajes, festivales y hoteles", citan las investigadoras. Todo ello lo nutre un "sistema de impunidad que protege a los agresores", una impunidad que tildan de "sostenida y no excepcional", especialmente cuando se trata de "profesionales de alto prestigio, con un poder simbólico o institucional".
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A las víctimas les persigue el silencio como "estrategia activa que cumple una función social concreta, la de proteger la violencia sexual como una práctica naturalizada e incorporada dentro del conjunto social". El silencio se proyecta no sólo en el veto al relato de lo sucedido, sino también en elementos como la minimización de la violencia, la responsabilización de la víctima y la presión por el bien del proyecto. A todo ello, concluye el informe, se suma el miedo al agresor, pero también a las consecuencias profesionales, desde el desprestigio hasta la significación como una persona conflictiva.
En este contexto, las mujeres jóvenes se presentan como sujetos especialmente vulnerables. Son percibidas como "presas fáciles dentro de una estructura que se aprovecha de su inexperiencia y dependencia laboral", pero además asumen la presión de "demostrar constantemente su valía profesional para ser tomadas en serio".
"La combinación de jerarquía, admiración hacia figuras de poder y manipulación del consentimiento crea un entorno propicio para el ejercicio sistemático de las violencias sexuales", trazan las autoras del estudio, quienes sin embargo sí son capaces de hallar un oasis en medio del páramo: la red tejida por las propias mujeres. "Frente a este entramado de silencios y complicidades, las mujeres han desarrollado estrategias de resistencia, desde la sororidad y la construcción de redes de apoyo hasta la memoria colectiva como herramienta de justicia y prevención". Ellas, concluyen las expertas, "no confían en los protocolos, pero sí en sus compañeras".