Desparejados: el abismo emocional entre mujeres en terapia y hombres no trabajados
Nos encontramos en un momento vital en el que el acceso a la salud mental se ha normalizado más que nunca, al menos en ciertos ámbitos. Tenemos que tener en cuenta, antes de nada, que la terapia privada es un privilegio al que sólo pueden acceder algunas personas, ya que no suele ser barato iniciar un proceso terapéutico, exceptuando aquellas clínicas que ofrecen descuentos para personas desempleadas.
Terapia, gestión emocional, límites, autocuidado, autoconocimiento... son palabras que cada vez más mujeres no solo escuchan, sino que practican. Pero, por otro lado, se está abriendo una grieta profunda y cada vez más difícil de ignorar: la brecha emocional entre mujeres trabajadas emocionalmente y hombres que siguen sin hacer ese mismo recorrido, bien porque consideran que no necesitan terapia, o bien porque no le dan la misma importancia a su regulación emocional.
Es una diferencia que se siente en las relaciones, en las conversaciones, en las rupturas y hasta en las aplicaciones de citas. Mujeres que han pasado años en terapia invirtiendo su tiempo y su dinero, confrontando sus traumas, sanando heridas familiares, desarrollando herramientas de comunicación no violenta y aprendiendo a poner límites... se encuentran con hombres que, en el mejor de los casos, saben que “tienen que mejorar”, pero creen que es algo que puede esperar, o, directamente, ni se lo llegan a plantear.
Mientras muchas mujeres han hecho del crecimiento personal una prioridad, a muchos hombres aún se les sigue socializando en la contención, el silencio
No es una exageración. Mientras muchas mujeres han hecho del crecimiento personal una prioridad —por necesidad o por supervivencia emocional—, a muchos hombres aún se les sigue socializando en la contención, el silencio o la externalización de emociones como la ira o la frustración. Se les enseña que pedir ayuda es debilidad, que llorar es peligroso y que analizar sus patrones relacionales es innecesario y una invención del feminismo. Todo ello nos lleva a concluir que, la masculinidad tradicional, en muchos casos, sigue muy distanciada de la vulnerabilidad emocional.
El resultado son relaciones desequilibradas. Mujeres que cargan con el rol de "terapeutas emocionales" de sus parejas y que tienen que explicarle lo que han aprendido en terapia, o lo que ellas se están trabajando, a nivel emocional. Que tienen que explicar cómo se pueden comunicar los sentimientos de otra manera. Que agotan sus recursos tratando de conectar con alguien que, simplemente, no ha hecho ni intenta hacer el trabajo. Esto no es solo agotador, es una forma de violencia emocional sutil, donde una parte crece y la otra se estanca, generando dinámicas de poder invisibles pero muy reales.
La idea no es culpar a los hombres, sino señalar una urgencia: el trabajo emocional no puede seguir siendo un territorio casi exclusivo de mujeres. Si seguimos esperando que nosotras nos encarguemos de la empatía, la comunicación, la resolución de conflictos y la responsabilidad afectiva, perpetuamos un modelo relacional profundamente desigual.
Y hay consecuencias. Muchas mujeres están optando por estar solas antes que vincularse con alguien emocionalmente inaccesible. La soledad, para ellas, duele menos que el desgaste de ser la única adulta funcional en la relación.
Cerrar esta brecha requiere algo más que discursos sobre “salud mental para todos”. Implica cuestionar la masculinidad hegemónica, crear espacios seguros para que los hombres exploren sus emociones sin burla ni juicio, y asumir que sanar también es un acto político y que les interpela directamente. Porque mientras una mitad de la población siga haciendo el trabajo emocional por los dos, la igualdad seguirá siendo una promesa vacía.
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Andrea Mezquida es psicóloga, formadora con perspectiva de género y experta en psicología afirmativa (LGTB).