Trump convierte el Despacho Oval en un 'reality show' donde actúa como presentador y acosador

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sostiene un regalo para Elon Musk durante una conferencia de prensa en el Despacho Oval.

François Bougon (Mediapart)

Al igual que Midas, el rey de la mitología griega, a Donald Trump le gustaría convertir todo en oro. Cuando planea revivir el escudo antimisiles ideado por Ronald Reagan, lo bautiza como "Cúpula Dorada". Nada extraño en un magnate inmobiliario cuya carrera profesional ha girado en torno a la ostentación hortera, en un promotor que ha convertido su residencia de Mar-a-Lago (Florida) en una especie de Versalles tropical.

Steve Witkoff, emisario especial del presidente de los Estados Unidos, de paso por el Elíseo en abril, provocó la hilaridad de la delegación francesa al afirmar que el lugar “se parecía mucho al club del presidente Trump en Mar-a-Lago”. “Hay oro por todas partes, el resultado es fabuloso”, prosiguió, comparando a su jefe con un “arquitecto o un diseñador”.

Oro, por todas partes oro... Por cierto, desde su regreso a la Casa Blanca en enero, Donald Trump ha puesto oro sobre su cabeza, en el Despacho Oval. Eso les dijo a los periodistas de The Atlantic, invitados para celebrar sus cien días en el poder. Oro de 24 quilates procedente también de Mar-a-Lago para los dorados de su despacho, todo ello, asegura, con dinero de su propio bolsillo. “Sí, es de mi bolsillo. ¿Lo ven ahí arriba? Todo eso viene de Mar-a-Lago”, afirmó, y añadió: “Sí, los dorados. Todo eso es oro de 24 quilates, porque nunca han inventado una pintura que tenga el mismo acabado que el oro. Nunca lo han encontrado”.

Es cierto que, desde 1909, año en que el 27º presidente de los Estados Unidos, William Howard Taft, tuvo la idea de instalarse en una sala ovalada, cada uno de los diecinueve presidentes que le han sucedido ha aportado su toque personal, convirtiendo el lugar en un reflejo de su ego y de sus gustos decorativos, a veces discutibles.

Franklin D. Roosevelt (1933-1945), al que nunca se le agotaban las ideas, trasladó el despacho presidencial a la esquina sureste del ala oeste (West Wing) para disfrutar de un poco más de luz natural. Harry S. Truman (1945-1953), por su parte, mandó hacer una alfombra con el sello presidencial, para recordar quién mandaba. En la década de 1960, Jacqueline Kennedy, con su conocido buen gusto, recurrió al decorador francés Stéphane Boudin para devolver un poco de esplendor al conjunto.

Diseñador jefe de la Casa Blanca

Pero Donald Trump vuelve a destacar una vez más. En su segundo mandato, el ex promotor inmobiliario quiere controlarlo todo: la geopolítica mundial, la economía, pero sobre todo la decoración. En una entrevista concedida a The Atlantic, da a entender que la decoración del Despacho Oval le importa tanto como la rivalidad con China o la guerra en Ucrania.

Durante su primer mandato, según cuenta una web especializada en decoración del hogar, Trump ya había causado sensación al mandar instalar unas cortinas doradas rescatadas de un almacén, sin darse cuenta de que habían sido elegidas inicialmente... por su rival Hillary Clinton para su marido Bill. La ironía a veces se esconde en los pliegues del terciopelo.

Ahora está pensando en una lámpara de araña. Porque, al parecer, lo que realmente le falta a la Casa Blanca es una llamativa araña estilo Versalles. Según un periodista de The Atlantic, el despacho, con su nueva decoración, parece ahora un “casino kitsch de estilo Luis XIV”.

Pero bajo los dorados, Trump ha transformado su despacho sobre todo en un estudio de televisión donde, casi a diario, escenifica su presidencia e inunda los medios de comunicación con sus relatos alternativos. El expresentador del reality show “The Apprentice” ha vuelto: los candidatos a los que despedía con un estruendoso You're fired (Estás despedido) han sido sustituidos por líderes de países extranjeros.

Como saben, en el sector inmobiliario hay lugares que nunca están en venta. En este momento estamos sentados en uno de ellos

El primer ministro canadiense, Mark Carney, respondiendo a Donald Trump

Para esos ilustres visitantes, esto puede convertirse en una auténtica cámara de tortura. Los aliados son tratados como rivales y los enemigos, como viejos amigos. Las conversaciones pueden convertirse rápidamente en novatadas diplomáticas, como han podido comprobar a su pesar el presidente ucraniano, Volodímir Zelensky, el rey de Jordania, Abdallah II, el primer ministro canadiense, Mark Carney, y, hace una semana, el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa.

Al que peor le fue es, por supuesto, al líder ucraniano. Fue objeto de acoso, no solo por parte de Trump, sino también de su vicepresidente, J. D. Vance. Como explicó a Mediapart Marci Shore, historiadora estadounidense especializada en la memoria del siglo XX en Europa del Este, la escena le recordó a la “violencia doméstica” y también al estalinismo.

“La forma en que el agresor pide a su víctima que exprese su gratitud es también un estereotipo del estalinismo, que se veía en los juicios de Moscú. En esos simulacros de impartir justicia, los acusados tenían que dar las gracias al partido por haberles concedido un castigo justo”, indicó.

El canadiense Mark Carney pasó por ello, justo después de su victoria en las elecciones federales. Frente a un Trump que sigue soñando en voz alta con convertir Canadá en el 51º Estado de Estados Unidos, Carney, expresidente del Banco de Inglaterra y del Banco de Canadá, respondió con una pequeña sonrisa: “Como usted sabe, en el sector inmobiliario hay lugares que nunca están en venta. Nosotros estamos sentados en uno de ellos en este momento”.

El presidente sudafricano, última víctima

Como en un reality show, todos los medios son válidos para desestabilizar al invitado. Al recibir a Cyril Ramaphosa, Trump volvió a propagar el bulo difundido por los supremacistas sobre un “genocidio blanco” en Sudáfrica, del que serían víctimas los granjeros blancos. Trump proyectó, en plena reunión, un montaje de vídeo en el que se mostraban, entre otras, imágenes procedentes de la República Democrática del Congo (RDC).

A pesar de este trato, Ramaphosa no perdió la calma e intentó explicar a Trump la verdadera situación de su país, permitiéndose incluso una broma en referencia al avión que Qatar regaló al presidente americano: “Lamento no tener un avión que ofrecerle”. También había llevado en su delegación a dos golfistas blancos, amigos de Trump, y le había regalado a este último un libro sobre su deporte favorito.

Para la CNN, las reuniones en el Despacho Oval se parecen cada vez más a otro deporte que también gusta a Trump, la lucha libre. “Teniendo en cuenta los crecientes riesgos políticos que conlleva aparecer en el Despacho Oval, no sería de extrañar que algunos líderes reconsiderasen lo que antes era una invitación codiciada, pero que ahora es una trampa política. Esto podría tener consecuencias diplomáticas, ya que países del sur como Sudáfrica se están volcando ahora más hacia China que hacia Estados Unidos”, opina Stephen Collinson, periodista de esta cadena que cubre la Casa Blanca.

Quienes acudan también deberán prepararse: soportar el acoso de Trump o de J. D. Vance sin perder los nervios, pero sin parecer débiles al regresar a su país, es sin duda un duro ejercicio de acrobacia diplomática.

Se trata, como han hecho Emmanuel Macron y Keir Starmer, de no olvidar nunca los halagos, los “Dear Donald” y las invitaciones prestigiosas, como la carta del rey Carlos entregada en mano por el primer ministro británico. La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, que se encontraba en terreno amigo, retomó el eslogan de su anfitrión al proponer “devolver la grandeza a Occidente” (Make the West Great Again).

Más allá de este aspecto diplomático, Trump-Midas sigue alegremente utilizando su cargo para enriquecerse, sin importarle los conflictos de intereses. El jueves 22 de mayo, el presidente participó en una cena organizada por la Trump Organization. Estaban invitados los 220 mayores compradores de $Trump, la criptomoneda que lleva su nombre. Los veinticinco más importantes tuvieron derecho a un encuentro con el presidente y a la promesa de una visita a la Casa Blanca.

Para Richard Briffault, profesor de Derecho en la Universidad de Columbia (Nueva York) y experto en ética gubernamental, citado por The Guardian, “la gente paga por reunirse con Trump, cuando él es el regulador jefe. Es doble corrupción. No hay precedentes. No creo que haya habido nunca nada parecido en la historia de Estados Unidos”. Cuando habló de una nueva edad de oro para Estados Unidos, Donald Trump seguramente pensaba primero en sí mismo y en su familia.

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Traducción de Miguel López

 

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