Matar de hambre no es una catástrofe, es política: así sobrevive un periodista de Gaza al asedio israelí

“Sueño con pan caliente con zaatar y aceite de oliva”, me dijo mi amigo Mohammed cuando vino a visitarme. Hace más de tres meses que no come pan. Es el regreso de la hambruna, más grave aún que la última vez.
La hambruna no es una política nueva. Es una política ignominiosa que llevan a cabo las fuerzas de ocupación israelíes desde hace mucho tiempo. Es incluso anterior a la guerra. Pero estábamos acostumbrados a hacer reservas, a aguantar todo lo posible y a ayudarnos unos a otros.
Ahora, con el cierre de los pasos fronterizos hacia Gaza, ya no podemos aguantar más. No hay comida en las tiendas, ni siquiera harina. Y cuando la encontramos, es carísima. Nadie puede permitírselo. Antes de la guerra, la harina costaba 50 shekels (unos 14 dólares). Ahora, el precio es dieciocho veces mayor, 2.300 shekels (635 dólares).
Han aparecido nuevos tipos de pan: pan de pasta, pan de lentejas, pan de frijoles, pan de comida para animales... El sabor es horrible y cuesta tragarlo. Pero no tenemos otra opción, tenemos que comerlo para no morir de hambre.
Hoy en día, muchas familias dependen de esos panes. Otras ni siquiera pueden encontrar los ingredientes para elaborarlos. En Gaza, muchas familias sobreviven con una pequeña comida al día. Muchos niños se acuestan con hambre.
Los ojos exorbitados de los niños
El hambre no es solo un sentimiento. Es una condición permanente que domina nuestros cuerpos y nuestras mentes, que nos roba nuestra energía, nuestros sueños y nuestros derechos fundamentales como seres humanos. Y todo esto ocurre ante los ojos de un mundo que se limita a mirar, a hacer promesas vacías y a emitir condenas superficiales.
A pesar de todo, intentamos ser resilientes. Buscamos la esperanza en pequeños detalles: un trozo de pan, un sorbo de agua limpia, la risa de un niño que olvida momentáneamente el hambre. No lo conseguimos porque estemos acostumbrados al dolor. Es porque soñamos con una vida mejor, una vida en la que volvamos a tener pan recién hecho y aceite de oliva en nuestra mesa.
Organizaciones internacionales como la UNRWA, UNICEF y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) hacen lo que pueden. Pero con recursos limitados, denegaciones de suministros y fronteras cerradas, no es suficiente.
Los niños pagan un alto precio. Su salud se deteriora rápidamente debido a la falta de alimentos y agua potable. Algunos mueren de hambre o desnutrición grave: estaban muy delgados, casi esqueléticos, con la piel muy pálida y los ojos exorbitados. Almas inocentes que deberían haber vivido, soñado y crecido, si tan solo se les hubiera podido dar una barra de pan al día.
La gente lucha por sobrevivir mientras el mundo sigue enredado en sus pequeños cálculos políticos
Cuando trabajaba en los campos de desplazados, íbamos a ver a los niños y mirábamos sus dibujos. Una estrecha ventana a su mundo destrozado y a sus sueños en suspenso. La mayoría de esos dibujos contaban sus historias: tiendas de campaña blancas empapadas por la lluvia invernal, aviones sobre sus cabezas, desplazamientos incesantes y niños asustados agarrados a la mano de sus madres.
Me impactó especialmente el dibujo de un niño. Con un trazo tembloroso, dibujó un almacén lleno de sacos de harina y cestas de comida, con gente haciendo cola. No dibujó juguetes, jardines, escuelas ni casas. Solo harina y comida.
¿Se ha convertido la comida en un deseo, en lugar de un momento de la vida? ¿Se ha convertido una barra de pan en un sueño, cuando otros niños desean una bici nueva o un viaje escolar? Ese dibujo, a pesar de su sencillez, muestra bien la magnitud de la crisis. No era sólo producto de la imaginación de un niño. Era el testimonio vivo de la tragedia de todo un pueblo que lucha contra el hambre y el estado de sitio. Era un grito ahogado.
El hambre lo ha robado todo, incluso los sueños de los niños.
El mundo permanece en silencio.
La hambruna no es una catástrofe natural. La hambruna es una política. Una política despreciable y deliberada utilizada por el ocupante para oprimir a la población de Gaza. Forma parte de una larga serie de bloqueos. El objetivo es claro: quebrantar la resistencia de la población y matarla de hambre para que se rinda.
Las instituciones internacionales multiplican los informes y las advertencias. Pero los gobiernos miran, o publican comunicados vacíos que no logran impedir que los niños mueran de hambre. Los mercados están vacíos. Los estómagos están vacíos. La gente corre tras las migajas de la vida mientras el mundo sigue enredado en sus pequeños cálculos políticos.
Nunca antes el mundo había sido testigo de un genocidio y una hambruna semejantes. Aquí, en Gaza, un trozo de pan se ha convertido en un arma.
Caja negra
Este texto ha sido confiado a Gwenaëlle Lenoir y traducido del inglés por Lénaïg Bredoux.
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Ibrahim Badra es periodista y defensor de los derechos humanos. Este joven de 23 años es licenciado en Literatura Inglesa y Traducción por la Universidad Islámica de Gaza. Tenía previsto recoger su título el 7 de octubre de 2023. Nació en una familia originaria de Jaffa, refugiada desde 1948, instalada en el barrio de Sabra, no lejos de la ciudad vieja de Gaza. Ha vivido ya siete guerras antes de la que estalló en octubre de 2023. Ha sobrevivido a ellas, al igual que sobrevive al genocidio.
El centro de interés de Ibrahim es la traducción, la literatura, los textos políticos y la educación. Desde hace año y medio, su trabajo consiste en documentar la realidad de los habitantes de Gaza, defender los derechos humanos y dar voz a los palestinos.
Traducción de Miguel López