El Compromiso de Sevilla no basta

Hay asuntos en los que, por mucha parafernalia de distracción que se despliegue, es imposible esconder la realidad. Y la IV Conferencia Internacional sobre Financiación del Desarrollo (Sevilla, 30 de junio/3 de julio) es uno de ellos.

Así, se puede resaltar que alrededor de setenta jefes de Estado y de Gobierno harán acto de presencia en la capital andaluza, como si eso fuera una señal de compromiso y de voluntad política para garantizar el cumplimiento de los objetivos y las metas que se recogen en la Agenda 2030. También se puede insistir en que la Unión Europea es el primer donante mundial al desarrollo, como si eso no reflejara únicamente que los Veintisiete son el tuerto en el país de los ciegos y que muchos de los países miembros incumplen sistemáticamente sus compromisos en este terreno. Incluso, a tenor de lo visto en sus primeras sesiones, abundan los oradores que, como si todo empezara hoy y no en septiembre de 2015, se empeñan en convencernos de que han entendido el mensaje y están sinceramente dispuestos a hacer todo lo que sea necesario para alumbrar un mundo más justo, más seguro y más sostenible.

La inquietante realidad es que, como acaba de reconfirmar la ONU, al ritmo actual tan solo el 17% de las 169 metas definidas en la Agenda 2030 tienen visos de poder cumplirse. Y solo un ejercicio de pura irrealidad puede hacernos creer que precisamente ahora, cuando según la OCDE la media de las aportaciones de sus miembros no supera el 0,33 % de su respectivo PIB, se dan las condiciones para aumentar la financiación internacional, pública y privada, al nivel necesario para que el resultado final dentro de cinco años sea totalmente satisfactorio.

Por un lado, basta con recordar que la ONU está sumida en una profunda crisis que afecta muy directamente al propio funcionamiento de sus órganos centrales y, de manera muy dura, a la vital labor de sus agencias, fondos y programas. Sirva como ejemplo lo que ocurre en el campo humanitario, contando con que actualmente sólo ha recibido un 12,7 % (5.600 millones de dólares) de los 44.000 millones de dólares que solicitó a finales de 2024 para atender las crisis globales de 2025. Esto ha obligado a reestructurar las prioridades de asistencia, rebajando la petición hasta los 29.000 millones de dólares para poder atender las necesidades humanitarias más urgentes, con el propósito de asistir a unos 118 millones de personas (frente a los 180 millones que señaló como su objetivo en diciembre, de los más de 300 millones con necesidades humanitarias en el mundo).

Por otro, sin que eso justifique achacarle toda la responsabilidad de la debacle, Estados Unidos no ha enviado ningún representante a Sevilla. El mismo EEUU, al que por su peso en la economía mundial le corresponde aportar cerca del 22% del presupuesto regular de la ONU, que ya acumula una deuda de unos 2.700 millones de dólares con la organización. La resistencia de Donald Trump a implicarse en el reforzamiento de los organismos multilaterales y a centrarse exclusivamente en los intereses de los estadounidenses ya se ha traducido en un brutal recorte de los recursos con los que cuenta USAID y en enormes dificultades para la actividad de algunas agencias y programas, como el Programa Mundial de Alimentos (PMA) –teniendo en cuenta que la contribución estadounidense supone entre un 30% y un 40% de su presupuesto total–, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) –con un 20% de su presupuesto cubierto por la aportación de Washington–, o la Organización Mundial de la Salud (OMS) –contando con que EEUU ha decidido abandonarla y, por tanto, dejar de cubrir el 22% de su presupuesto–.

Cuando se acaba de aprobar un nuevo techo de gasto de defensa en el marco de la OTAN, y cuando se enrarece aún más el panorama internacional, resulta ilusorio creer que las buenas palabras escuchadas en Sevilla se vayan a traducir en hechos

A todo esto se suma una imparable carrera armamentística que, inevitablemente, va a conllevar el recorte en otros capítulos de los presupuestos nacionales de muchos países, empezando por el de la cooperación al desarrollo y la ayuda humanitaria. Así ha ocurrido en cada ocasión en la que, sea como respuesta a una crisis económica, a un repunte de la tensión internacional o a una combinación de ambos factores, los gobiernos nacionales y las empresas multinacionales han reformulado sus prioridades en detrimento de un capítulo de gasto que consideran habitualmente como menos gravoso en términos electorales o sociales. Por eso, cuando se acaba de aprobar un nuevo techo de gasto de defensa en el marco de la OTAN, y cuando se enrarece aún más el panorama internacional, resulta ilusorio creer que las buenas palabras escuchadas en Sevilla se vayan a traducir en hechos. Menos aún si se tiene en cuenta el innegable auge de las posiciones soberanistas, contrarias por definición a una Agenda 2030 que sus promotores ven como un intento de establecer una gobernanza global perniciosa para quienes niegan el cambio climático, aborrecen la igualdad de derechos entre hombres y mujeres y vislumbran un Gran Reemplazo que terminará con la civilización occidental. Posiciones que hasta hace poco eran estrafalarias, pero que ahora alimentan a buena parte de quienes se sienten dejados atrás y que ya están crecientemente representadas en los parlamentos nacionales y en las instituciones internacionales (con Trump como estandarte).

En definitiva, nada apunta a que se den las condiciones para que de Sevilla salga algo más que un documento de escasa ambición, plagado de las previsibles buenas intenciones que se vienen repitiendo desde que en 1970 los países desarrollados se comprometieron a dedicar el 0,7 % de su PIB a la cooperación al desarrollo.

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Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).

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