¡Viva el mal, viva el capital!

No descubro nada si digo que la bruja Avería fue una gran visionaria. Por eso protagonizaba el mítico programa La Bola de Cristal, que nos enseñó a pensar y dudar a unas cuantas generaciones mientras reíamos y bailábamos. Avería se adelantó a la cumbre que este fin de semana, en Madrid, reunió a Milei con Espinosa de los Monteros, el economista Daniel Lacalle, el empresario Marcos de Quinto o el antaño líder de Ciudadanos Albert Rivera, entre otros. Miren la web: de 27 ponentes, sólo una mujer, y aunque se trataba de Esperanza Aguirre, ni siquiera aparece en el scroll de la home. Lo pueden comprobar aquí.

Mientras el Partido Popular llamaba a llenar las calles de Madrid pidiendo por enésima vez la caída del Gobierno, por su derecha, e incluso por la derecha de Vox –que el fin de semana ha cogido vacaciones preparando una reunión con sus homólogos europeos para este lunes–, se reunía la internacional del turbocapitalismo más fiero bajo el nombre Madrid Economic Forum. En su mayoría, hombres jóvenes mirando con ansias y no poca testosterona al futuro, que pagaron entre 100 y 7.500 euros para entrar al recinto.

Su ideario no tiene nada de original, pero estremece leer juntas todas las consignas. Basta con fijarse en el título de sus ponencias: “Gestión y Wokismo”, a cargo de Marcos de Quinto, o “Europa ante el reto de la nueva realidad criminal” son algunas de las principales.

En el fondo, como ya habrán ido intuyendo, todos los mantras del capitalismo más salvaje: guerra contra los impuestos, rechazo a “dar ayudas a personas que no tienen recursos” –como afirmó uno de los ponentes–, las criptomonedas como símbolo de libertad y, por supuesto, la aniquilación del Estado. Su modelo fiscal, el de Andorra, y el político, El Salvador de Bukele. El periodista de referencia, Iker Jiménez, y el enemigo, los profesionales de la información y medios de comunicación, frente a los que los “creadores de contenido”, en su mayoría streamers, dicen las verdades que esos paniaguados periodistas no se atreven a contar.

Junto a estos avanzados de las tecnologías y la desregulación, dos referentes históricos que ni encontraron su sitio ni recogieron grandes adhesiones: Ramón Tamames reflexionando sobre la Hispanidad y Esperanza Aguirre glosando las maravillas del modelo Madrid frente a otras comunidades. Madrid ya está a la altura de los tiempos. Abascal se reúne con Trump y el Madrid Economic Forum junta a los afines a Musk.

Ayuso lo ha entendido y este domingo tendió puentes desde la plaza de España, donde se concentraba el PP, hasta el palacio de Vistalegre, que reunía a los criptobros. ¿Qué es eso de la lucha de clases? ¿Cómo nos quieren manipular dividendo entre ricos y pobres, entre propietarios e inquilinos?, se preguntó en voz alta.

En la manifestación del PP no hubo ni la más mínima alusión a la vida real de las gentes. Se limitaron a evocar una España mitológica, abstracta y apocalíptica

En este contexto, ¿qué puede hacer el Partido Popular? Lo tiene complicado. Ya ni Vox es la derecha más a la derecha. Por si fuera poco, desde el minuto uno de esta legislatura proclamó la ilegitimidad del Gobierno y pidió la dimisión del presidente Sánchez, lo que le situó en una oposición que agotó desde el minuto uno los argumentos apocalípticos. ¿Cómo aguantar así cuatro años? ¿Qué camino le queda para ir tensionando in crescendo, como mandan los manuales? La calle. Una calle que no acaba de llenar y a la que ya sólo llega con mensajes vacíos, de un tremendismo surreal y reiterativos, sin articular una propuesta ni una política concreta que apele a los españoles. Ni aún queriendo evitar las siglas del partido y llamando a una movilización transversal, consiguieron traspasar las filas de los más militantes. Los de Vox no les secundan porque son competencia y desde siempre les han considerado blanditos, y el resto de votantes de otros partidos difícilmente se puede sentir apelados con un lema como “Mafia o democracia”. Si aspiraban, como era de esperar, a recuperar algún tipo de relación con las derechas vascas o catalanas, Ayuso se encarga de dinamitar todos los puentes día tras día y Feijóo le sigue el juego.

Mientras tanto, Feijóo se apunta al lenguaje orwelliano para hablar de corrupción mientras siguen juzgándose casos de la Gürtel, Ayuso navega entre las denuncias por las muertes en las residencias y los delitos fiscales de su pareja, y Mazón sigue en la presidencia del Gobierno de la comunidad valenciana casi ocho meses después de la tragedia de la dana sin haber dado explicación alguna de qué hacía mientras 228 personas morían ahogadas.

Ahora bien, ninguno de ellos aludió ayer, siquiera fuese por armar su discurso tenebroso, ni del problema de la vivienda, ni de la sanidad o la educación ni de las pensiones, ni de la economía en general, ni del incremento de las inversiones en defensa, ni de los aranceles de quita y pon que propone Trump. No hubo ni la más mínima alusión a la vida real de las gentes o a la evolución de los mercados o a los nuevos desafíos geoestratégicos. Se limitaron a evocar una España mitológica, abstracta y apocalíptica, sin reparar en que en las aguas revueltas y tenebrosas quienes pescan no son las derechas institucionales, sino las que se hacen pasar por antisistema.

Dijo el domingo Feijóo que no se moverá del centro y llama a la concordia. Lo hace dos días después de que los populares pactaran los presupuestos con Vox en la comunidad de Murcia como previamente lo hicieron en Baleares y mucho antes en Valencia. El precio es conocido: criminalización de la migración, negación de la España plurinacional y de las lenguas cooficiales, sacrificio de las políticas ambientales y retroceso en medidas contra la violencia de género. Por si queda alguna duda, el presidente del PP quiso calmar la furia de su competidor por la derecha: “No nos vamos a equivocar de adversario”.

Realmente, el Partido Popular lo tiene complicado.

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