La extraña izquierda en el gobierno británico de Starmer mientras la ultraderecha se dispara

El primer ministro canadiense, Mark Carney, Donald Trump y Keir Starmer, posan para una foto familiar durante la Cumbre del G7 en Canadá.

Fabien Escalona (Mediapart)

¿Adónde va Keir Starmer? Desde su llegada al poder en julio de 2024, el primer ministro británico parece gobernar improvisando, reacio a inscribir su acción en una filosofía política global. Para que las cosas queden claras, el líder laborista ha precisado a los periodistas que “el starmerismo no existe y nunca existirá”. El resultado provisional de este enfoque, según el columnista George Eaton del New Statesman, ha sido que “el Gobierno ha acabado pareciendo una máquina de generar anuncios aleatorios”.

La "revisión del gasto" (spending review), presentada el 11 de junio por Rachel Reeves, la primera mujer Chancellor of the Exchequer de la historia británica (el equivalente a ministra de Finanzas), debía ayudar a fijar el rumbo de la legislatura. Este documento detalla, para cada ministerio, la evolución del gasto corriente hasta 2028-29 y de las inversiones hasta 2029-30. El balance es más bien mediocre, más propio de una gestión prudente que de una política transformadora.

“Puede que no sea austeridad, pero no parece el comienzo de una década de renovación”, opina el economista Theo Harris en The Guardian. Rachel Reeves defiende que hay una diferencia con sus predecesores conservadores, especialmente los de la “década perdida” de 2010, al prever un aumento medio anual del 2,3 % del gasto público (en términos reales, es decir, descontando la inflación).

Inflexiones tímidas y poco sinceras

Pero la mayor parte del esfuerzo se concentra en dos partidas: sanidad (el sistema público padece una embolia crónica) y defensa (tendencia hacia el 2,5 % del PIB en un contexto general de rearme). Incluso en esos ámbitos, los retrasos en inversión acumulados no permitirán mejoras espectaculares. En cambio, muchos otras partidas sufrirán recortes drásticos o un estancamiento presupuestario, desde el ministerio del Interior hasta el de Educación, pasando por el de Medio Ambiente.

“Es muy probable que esto no sea suficiente para mejorar la imagen del gobierno, ya que el margen de maniobra es muy limitado”, resume Emmanuelle Avril, profesora de civilización británica en la Universidad Sorbonne-Nouvelle. “Incluso los avances positivos pueden ser percibidos como oportunistas. Nigel Farage [líder de la extrema derecha británica, ndr] podrá presumir de haber forzado un cambio de rumbo”.

De hecho, la revisión del gasto ha sido una oportunidad para que Reeves modifique una medida que la opinión pública consideraba cruel: la supresión, para varios millones de hogares de jubilados, de una subvención destinada a sus gastos energéticos. El documento promete que “se beneficiarán de ella este invierno nueve millones de pensionistas”. El gobierno no solo podría haber evitado antes deteriorar su imagen con esa medida, destinada a reforzar su credibilidad como buen gestor, sino que el giro se ha producido bajo coacción.

El líder de la extrema derecha da lecciones a los laboristas en materia social

Numerosos dirigentes del Partido Laborista, que alertaron de la impopularidad de esa decisión, pudieron basarse en las encuestas postelectorales publicadas al día siguiente de las elecciones municipales del 1º de mayo. Ese día, el Partido Laborista perdió decenas de concejales y la única fuerza que avanzó en votos, tras un espectacular avance, fue Reform UK, el nuevo vehículo de las obsesiones nacionalistas y xenófobas de Nigel Farage, ex promotor del Brexit y cercano a Donald Trump.

Además, Farage se ha permitido el lujo de dar lecciones a los laboristas en materia social. A finales de mayo, anunció que, si su partido llegaba al poder a nivel nacional, restablecería las subvenciones energéticas a los jubilados y pondría fin a otra controvertida medida que limita a dos hijos las ayudas familiares, lo que contribuye a la pobreza infantil. Hasta ahora, los laboristas han mantenido esa medida, pero Starmer ha abierto tímidamente la puerta a su revisión, aunque no antes del otoño.

Como es habitual en la extrema derecha, esta conmovedora preocupación de Farage por los hogares modestos no es inocente. Ha precisado que las ayudas familiares se reservarán a los hogares de nacionalidad británica y pretende financiarlo todo con ahorros en materia de asilo e inmigración e incluso en transición ecológica. Pero lo que hace es aprovechar una brecha que le han dejado abierta los laboristas en el poder.

“Batalla cultural” cero

En realidad, Starmer y sus seguidores cuentan con otros medios que la protección social para contrarrestar a Farage: desarrollo económico a toda costa, a ser posible en los territorios desfavorecidos, y un discurso contundente sobre la inmigración.

“El gobierno”, observa Emmanuelle Avril, “dedica toda su comunicación a las clases trabajadoras, de quienes teme que se inclinen hacia la extrema derecha. Pero presenta una homogeneidad de ese grupo que me parece exagerada y descuida el riesgo de fuga de los votantes progresistas”.

En cuanto al primer eje, el poder dispone de medios públicos limitados y pisotea alegremente toda racionalidad ecológica. Por ejemplo, defiende con vigor la ampliación de los aeropuertos, incluso denigrando a los activistas climáticos que antes cortejaba.

El ensayista George Monbiot ha escrito abiertamente que “en cuestiones ecológicas, este gobierno es peor que los tories”, señalando su obsesión por el crecimiento a corto plazo y una política de debilitamiento de las agencias reguladoras.

En cuanto al segundo eje, Starmer se ha convertido en el aliado objetivo de la agenda de Farage. El lunes 12 de mayo presentó un libro blanco destinado a reducir la inmigración neta en el Reino Unido, planteando el riesgo de que se convierta en “una isla de extranjeros” y retomando el eslogan del Brexit, “Recuperemos el control de nuestras fronteras”.

El primer ministro, que al llegar al poder había descartado el proyecto conservador de externalizar las solicitudes de asilo a Ruanda, incluso mencionó la creación de “centros de retorno” en terceros países como Albania para los solicitantes rechazados. Un proyecto que recuerda al de la líder ultraderechista italiana Giorgia Meloni.

Entre las influencias de Starmer se encuentra un movimiento con tintes reaccionarios

Si el propio Starmer se niega a teorizar sobre sus políticas, que de hecho están parcialmente indexadas a las encuestas y los resultados electorales, ¿cómo situarlas, a pesar de todo, en la historia del laborismo?

Según Neil Warner, investigador de la London School of Economics and Political Science (LSE), “hay mucha incoherencia y confusión, pero se puede observar un vínculo con el ala tradicional de la derecha laborista”, es decir, la que prevalecía antes de la era neoliberal de finales del siglo XX, que coincidió con el ascenso de Tony Blair a la cabeza del partido.

Esa tradición buscaba la preservación, incluso la ampliación, del Estado social, y mantenía estrechos vínculos con los sindicatos de trabajadores, al menos mientras sus reivindicaciones eran sostenibles en el indiscutible marco de la economía capitalista. Cabe señalar, por otra parte, que el gobierno de Starmer presentó en marzo en la Cámara de los Comunes una ley para mejorar los derechos de los trabajadores tras años de desregulación. Al mismo tiempo, este “ala derecha” se mostraba conservadora en materia de costumbres y recelosa con la inmigración.

“El problema para Starmer y Reeves es hacer que esa fórmula funcione con los bajos niveles de crecimiento actuales”, analiza Neil Warner. “La socialdemocracia viejo estilo a la que aspiran podía permitirse la redistribución gracias a los grandes superávits. La dificultad es aún mayor porque buscan a toda costa presentarse como los defensores de la ‘credibilidad’ presupuestaria, tras la desastrosa experiencia de la conservadora Liz Truss y frente a la demagogia de Farage”.

Aunque Starmer proviene originalmente de la soft left, la izquierda moderada que sigue reuniendo a una amplia base y a los representantes electos, las personas que más influyen en él tienen otras raíces: ya sea en el ala derecha histórica, en lo que queda de las élites blairistas o en un movimiento bautizado como Blue Labour, cuyo deseo de reconectarse con los sectores populares va acompañado de un cierto tufillo reaccionario.

Recientemente, varios diputados afiliados a esta última facción han pedido que se aborde la inmigración, “causa de la fragmentación social y […] de la disfuncionalidad de nuestra economía política”. En la misma línea, abogan por poner fin a las medidas voluntaristas de lucha contra la discriminación, reunidas bajo la expresión “diversidad, igualdad e inclusión”, que, según ellos, perjudican a un universalismo integrador.

Las similitudes con la derecha radical estadounidense no son casuales. Lord Maurice Glasman, inspirador del Blue Labour, participó recientemente en el podcast de Steve Bannon, figura del movimiento trumpista Make America Great Again (Maga). Allí se deshizo en elogios hacia las políticas de Trump, regocijándose de la lección impartida a los “progresistas”, a quienes reserva sus cuchillos más afilados. Aunque crítico con el gobierno, forma parte de los miembros del movimiento con los que se reunió Morgan McSweeney, jefe de gabinete de Starmer.

“Esas personas son muy influyentes”, comenta Neil Warner. “Desarrollan una concepción bastante cínica del votante medio como fundamentalmente racista. Pero su eco también se explica por la falta de confianza en otras alternativas posibles”.

Algunas personalidades intentan defender un enfoque más liberal y redistributivo, como el secretario de Estado para la Neutralidad de Carbono del país, Ed Miliband, o el alcalde del Gran Mánchester, Andy Burnham, apodado King of the North (en referencia a la serie Juego de Tronos –ndr), este último citado regularmente entre los posibles futuros líderes del Partido Laborista. En cuanto a la izquierda huérfana de Jeremy Corbyn, ahora diputado independiente, sigue presente, pero ha perdido sus posiciones más influyentes.

Starmer y sus seguidores apuestan por que el electorado más izquierdista seguirá apoyando al Partido Laborista gracias a la disciplina del “voto útil”, fuertemente fomentada por el sistema electoral británico. Pero pueden llevar a un gran descontento de su base más leal, sin ganar necesariamente mucho entre los ciudadanos que ya se muestran más distantes. Una apuesta audaz, mientras que las políticas más transformadoras del país siguen siendo meros proyectos.

La alternativa que se convirtió en más de lo mismo: Starmer ya es casi indistinguible de los 'tories'

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Traducción de Miguel López

 

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