La revolución Mamdani: muerte a la gerontocracia demócrata para plantar cara al trumpismo

La irrupción de la nueva generación de líderes del Partido Demócrata se puede explicar con el nombre de un puente. Concretamente, el que cruza el río Hudson en el Estado de Nueva York para unir las localidades de Tarrytown y Nyack. Ese puente, anteriormente llamado Tappan Zee Bridge, ahora lleva oficialmente, y no sin poca controversia, el nombre del exgobernador del Estado durante casi 12 años Mario Cuomo. Su apellido resuena por todo Nueva York, como en su momento lo hicieron en EEUU otras sagas míticas de la política del país como los Kennedy, los Reagan o, en el lado republicano, los Bush. A diferencia de todos estos, los Cuomo nunca llegaron a conseguir (ni siquiera a intentarlo) llegar a lo más alto de la política estadounidense, la Casa Blanca, pero por contra construyeron en Nueva York, la capital del mundo, un legado verdaderamente todopoderoso.
El último de la saga, Andrew Cuomo, había ganado las elecciones a gobernador en 2010, siguiendo perfectamente los pasos de su padre. En 2021 parecía en la cumbre de su poder: había sido una de las caras demócratas frente a Donald Trump durante la pandemia, su popularidad en uno de los grandes feudos del partido le hacían uno de sus principales valores y casi nadie tenía dudas entonces de que sería reelegido como gobernador, igualando los 3 mandatos consecutivos de Mario. Sin embargo, en pocos días, Cuomo pasó de ser uno de los demócratas más populares del país a ser acusado por más de 11 mujeres de acoso sexual. Las víctimas contaban que el entonces gobernador las había tocado, besado y abrazado sin su consentimiento y que, además, habían recibido intimidación y comentarios inapropiados. Pese a que en primera instancia Cuomo se negó a dimitir, finalmente, y tras una sentencia condenatoria por parte de la Justicia, el último de la saga acabó siendo obligado a dejar su puesto.
Desde entonces, Cuomo ha esperado pacientemente una oportunidad para volver, algo que se presentó este año en las primarias demócratas para optar a la alcaldía de la ciudad de Nueva York. El escenario parecía perfecto: tenía dinero y donantes de sobra para invertir, toda la estructura del establishment demócrata en el Estado y unas encuestas favorables que no daban demasiadas esperanzas a sus rivales. Hasta que apareció él. Zohran Mamdani, un desconocido congresista estatal de solo 33 años, que durante las últimas semanas de campaña logró, en tiempo récord, ilusionar a Nueva York con un discurso progresista, renovador y, sobre todo, con un estilo fresco y carismático. La receta le permitió remontar más de 30 puntos de desventaja y ganar por un margen reseñable una carrera que parecía decidida.
Una forma diferente de hacer política
Mamdani, con su triunfo, no solo ha derribado el puente de Cuomo, sino que también ha abierto la puerta para que, en un futuro cercano, se pueda ver a nuevas caras retando abiertamente a pesos pesados dentro del partido. “La victoria de Mamdani se puede explicar con una combinación de talento y suerte. Por un lado, es una persona que usa una comunicación muy actual y tiene un gran talento para conectar con la gente, pero, por otro, le ha favorecido el contraste que ha supuesto tener como contrincante a alguien tan quemado y con tantos escándalos a sus espaldas como Cuomo. Además, el exgobernador pertenece a una generación caducada desde hace tiempo y que tiene a los votantes muy descontentos”, defiende Roger Senserrich, politólogo experto en política estadounidense afincado en Connecticut.
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El ahora candidato demócrata a la alcaldía ha puesto sobre la mesa un mensaje distinto, que pocas veces se escucha en EEUU y que, hasta hace unos años, se ubicaba en los márgenes de la política, incluso dentro de los demócratas. Mamdani ha ganado la nominación autodenominándose a sí mismo como “socialista” y con una defensa a ultranza de Palestina frente al consenso proisraelí estadounidense. Aun así, y pese a lo disruptivo del mensaje, la renovación va mucho más allá de lo ideológico. “Habla de los problemas de la gente normal, de lo que realmente interesa a los ciudadanos, de su día a día. El énfasis de su campaña ha estado en la vivienda, la gran preocupación de los neoyorkinos y siendo propositivo”, destaca Pedro Soriano, analista de Agenda Pública especializado en EEUU.
Sin embargo, la verdadera revolución de Mamdani y de la nueva generación de candidatos demócratas no está tanto en qué dicen sino en cómo lo dicen. “Si miramos las encuestas en Nueva York sobre preferencias públicas, el ciudadano está más cerca de Cuomo que de Mamdani. Pero lo que ha ganado las elecciones ha sido su actitud vital. Me recuerda, pero justo al contrario, lo que sucedió en el Partido Republicano con Trump. Los votantes estaban hartos de la clase política tradicional y buscaban a alguien que la prendiera fuego. Mamdani es el reverso de eso, es un candidato optimista, pero que, como Trump, habla como un ser humano y no como un político”, defiende Senserrich.
@zohran_k_mamdani This election is in your hands. But only if you’re registered to vote in New York City. Deadline is Saturday. Go to zohranfornyc.com/vote now
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La gerontocracia demócrata
Esta forma de enfocar las campañas está siendo una constante entre la nueva generación de políticos demócratas que abandera Mamdani. Porque, por encima de todo, lo que indican las elecciones de Nueva York, para Soriano, es que los demócratas quieren juventud más allá de las posiciones ideológicas concretas de los candidatos. De hecho, ambos expertos coinciden en que la edad es lo que más ha pesado en la victoria de Mamdani, tras años en los que el Partido Demócrata ha estado capitaneado por una generación que ya estaba en primera línea desde los años de Bill Clinton.
El liderazgo de ese establishment se demostró fallido durante la Administración de Joe Biden, un presidente que, además, se negó a retirarse de la carrera a la Casa Blanca pese a su avanzada edad y al evidente deterioro físico y cognitivo que sufría. Solo después del infausto debate frente a Trump, donde ya se vio a ciencia cierta lo que los demócratas habían intentado ocultar durante meses, Biden decidió dar un paso al lado. Quizás por eso, la juventud es un valor al alza entre los demócratas. Sus líderes principales son todavía muy mayores: Chuck Schumer, líder de la minoría en el Senado tiene 74 años, Jim Clyburn, el hasta hace poco líder adjunto de la mayoría del Congreso y uno de los pesos pesados de los demócratas en la Cámara, cuenta ya 84, y Nancy Pelosi, otra de las personas más influyentes en la retirada de Biden, tiene ya 85 y estuvo en el cargo de Speaker hasta los 83.
Este fenómeno sucede porque entre los demócratas aún impera el concepto de “seniority” por el cual se da más peso, a la hora de presidir comisiones o de acceder a los puestos de liderazgo, especialmente en el Senado, a aquellos políticos que llevan más años en la cámara. “Esto produce una gran frustración, ya que mucha gente no entiende por qué no se deja paso a los rostros más jóvenes como, por ejemplo, sí se hace en los republicanos, que ya han desterrado esa fórmula de preferencia basada en la edad. Todo ello ha producido una reacción muy visceral entre los votantes demócratas, que perciben que esa generación ha fracasado pero, pese a todo, no se quiere ir”, señala Soriano.
¿Un nuevo Obama?
Por todo ello, el analista de Agenda Pública cree que en las elecciones de mitad de mandato y en las primarias del próximo año puede pasar un fenómeno parecido al de las midterms de 1974. Ese año, irrumpieron con fuerza los llamados Watergate Babies, una nueva generación de políticos que tomó por asalto el partido, dejando a un lado a la vieja guardia y cambiando el tono de los demócratas con su nueva forma de hacer política. Su nombre viene, precisamente, de la reacción opositora al escándalo del caso Watergate que terminó con la Administración de Richard Nixon y que estas jóvenes promesas de la política supieron canalizar para salir elegidos en el Congreso.
En la misma línea, Senserrich piensa que estas elecciones son una ventana de oportunidad enorme para que los demócratas realicen esa transición de liderazgo. La pregunta es ¿hasta dónde estará dispuesto a llegar el partido? Parece evidente que la Cámara de Representantes es terreno fértil para este tipo de candidatos jóvenes: “Creo que todo asiento que ahora mismo sea republicano o que sea demócrata pero esté disponible por una retirada del congresista en el cargo, van a ganarlos candidatos menores de 50 años. La fórmula de primarias con un político clásico del establishment contra otro joven la vamos a ver repetida en muchas elecciones”, opina Senserrich.
La cuestión es si esa ola llegará a los lugares más altos del escalafón político estadounidense como el Senado o incluso la presidencia. En el primero ya han sucedido ejemplos de ese tipo de candidatos con Beto O’Rouke, que en 2018 intentó ganar el asiento en Texas a Ted Cruz, saliendo derrotado pero compitiendo la carrera en un lugar muy conservador. Es algo que se puede repetir en esta ocasión, sobre todo en estados donde el asiento sea rojo. De hecho, la cuestión con la ola joven demócrata es que no tiene por qué estar asociada sólo a candidatos más cercanos a la izquierda, porque la clave no es tanto ideológica sino de edad. “Es cierto que si son más jóvenes tiene sentido que sean más progresistas, pero veo perfectamente a alguien con la forma de hacer política de Mamdani pero siendo más moderado”, defiende el politólogo.
A día de hoy, es complicado tener nombres concretos de este tipo de candidatos, porque en muchos lugares ni siquiera han comenzado las inscripciones. Eso sí, algunos ya miran con luces largas a 2028 con la esperanza de tener nuevas caras jóvenes que puedan, incluso, optar a la presidencia. “Es una fórmula que entre los demócratas siempre ha funcionado bien. Una persona joven, progresista y renovadora. El modelo Obama, básicamente. Los partidos siempre vuelven a lo que les funciona, y los demócratas han tenido buenos resultados con candidatos jóvenes como Clinton, Jimmy Carter o el propio Obama”, comenta Soriano.
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Quizás la más conocida en el lado progresista es Alexandría Ocasio-Cortez, adalid de esta nueva política y cabeza de una generación que ya está pidiendo paso. Sin embargo, para ambos expertos hay dos puntos que le juegan en contra: su corta edad, tiene 35 años, y, sobre todo, una ideología que parece aún demasiado de izquierdas para ganar la Casa Blanca a nivel nacional, con estados clave más centristas donde su mensaje podría no calar tanto como en otros feudos demócratas.
Otro de los nombres que sale a colación, pero como alguien más moderado, es otro político que ha estado entre la terna de aspirantes desde hace varios meses: Pete Buttigieg, de 43 años. Su corta carrera política, sin cargos de gran lustre (solo ha sido secretario de Transportes bajo la Administración Biden y alcalde de South Bend, en Indiana), no ha evitado que haya estado en boca de todos durante los últimos años. Ya se presentó en 2020 a las primarias, llegando a ganar los caucus de Iowa y quedando segundo en New Hampshire, unos resultados que a algunos les hizo recordar a Obama, que también triunfó en Iowa llegando como outsider.
Precisamente, la historia del primer presidente negro de la historia de EEUU hace ver que en los demócratas todo es impredecible: el ganador en 2008 pasó en solo 4 años de ser un simple senador estatal en Illinois a ser presidente de los Estados Unidos. Entre medias, tan solo hubo un breve periodo en el Senado, para el que fue elegido sin presentarse antes al puesto de congresista, gobernador o fiscal general, algo enormemente extraño en la política estadounidense, y un discurso legendario durante la Convención Nacional Demócrata de 2004. Quién sabe, quizás el próximo Obama todavía esté sentado en un discreto escaño de una cámara estatal esperando su momento y sin que nadie, más allá de su círculo, conozca su nombre.