‘Vicios ocultos’, otro ejemplo de la creciente obsesión por las vidas de ricos

El género de amor y lujo, si es que existió, pasó completamente de moda. El de los ricos también lloran, en los que los millonarios sufrían por amor y traiciones tampoco es el favorito de esta época.
Los ricos están pringados hasta el cuello parece la premisa que lleva al éxito ahora. Ricos y delitos. Crímenes, que van del económico al asesinato, amenazan el estatus de los protagonistas adinerados, que también son carne de psicoanalista.
Bajada al purgatorio de un ejecutivo triunfador
Así ocurre también con Vicios ocultos, de Apple TV +, una serie de nueve episodios que ya ha renovado por una segunda temporada. En ella, un magnífico ejemplar de la clase dominante de un barrio de ricos cae en picado tras un divorcio y un despido injusto del fondo de inversión en el que trabaja.
El protagonista está interpretado por Jon Hamm, el actor con mayor aroma a clásico del panorama, al menos en televisión, por donde asoma poco George Clooney, el otro gran intérprete que actualiza la vieja escuela de Hollywood.
Entretenida, bien hecha, sin sorpresas
La serie es entretenida, con buenas peripecias, ritmo, muchos secundarios y la baza segura de su carismático protagonista. No está aquí el sitio al que ir a buscar innovaciones o recursos sorprendentes, desde luego. Ni el contenido ni el estilo aportan novedades.
Lo que sigue chocando es la sobrerrepresentación de los millonarios en la ficción televisiva. Evidentemente aportan una puesta en escena lucida. Cada plano rebosa información de clase y atractivo visual. Vestuarios, decoración, coches, joyas, relojes, oficinas, hoteles… tienen más fácil resultar fabulosos.
El exponencial crecimiento de la riqueza en pantalla
El porqué más profundo también da para otras reflexiones. El fenómeno es particularmente nativo de Estados Unidos. Son sus títulos los que abundan en estas narrativas.
Desde el estreno de Big little lies, en 2017, se han sucedido a ritmo creciente los misterios y crímenes en entornos de lujo. Todo es bonito por fuera y está podrido por dentro. O, dicho de otro modo, ya que todo está podrido, al menos que sea bonito.
Un fenómeno que se retroalimenta
La comodidad de los directivos de las plataformas puede contribuir a la abundancia de series con premisas parecidas. Cuando se descubre una veta de éxitos, es lógico seguir explorándola.
Al otro lado de las pantallas, la audiencia, ante una oferta atomizada, reconoce rápidamente el género con los segundos de publicidad que ofrecen los menús de las plataformas. Con mayor o menor entusiasmo, al menos se sabe que se va a ver un producto de calidad con ciertas dosis de autoironía.
Cultura visual de las redes sociales
Es muy posible que la exposición a redes sociales muy visuales, como Instagram, haya exacerbado el gusto por lo lujoso, por lo artificial, lo perfecto, lo producido. Estamos acostumbrándonos a ver cualquier desayuno como un bodegón perfecto y ya sabemos que toda sonrisa que se sube a las redes es la mejor de las veinte tomas que se intentaron. La serie Emily en Paris tiene tanto de story de Instagram como de narración clásica.
Creadores de contenido de You tube se están sumando a la moda de mostrar a sus audiencias el mundo de los productos de lujo, bien el que ellos o ellas disfrutan, bien con un estilo reporteril que se introduce en ambientes exclusivos.
Y en las propias plataformas abunda el lujo de no ficción. Programas de inmobiliarias llenas de súper áticos o casas de autor, de reformas de mansiones o de amas de casa millonarias de tal o cual ciudad.
Nuestro avatar en el mundo del lujo
Desde que la pantalla tecnológica principal está en la palma de la mano lo que se ve pasa a ser percibido como una vivencia de modo más intenso. Esta exposición a la exuberancia económica pasa a ser una parte de la vida real. Hay un avatar nuestro que vive allí, en Lujolandia.
Se puede comprar en Shein y distinguir los bolsos Birkin según el año en que se sacaron. Se puede compartir piso con cuatro personas más y detectar las sutilezas que hacen que un club de tenis no tenga suficiente estatus para los hijos de los protagonistas de una serie.
¿Está el dinero arruinando la televisión?
La publicación estadounidense, The Atlantic, afirma en un artículo que El dinero está arruinando la televisión. Argumenta su autora, Sophie Gilbert, que el dinero no solo está haciendo aburrida la televisión. “También está remodelando la psique colectiva, construyendo una sensación compartida de la prosperidad económica como el único índice de una vida significativa y la gente rica como la única que merece nuestra atención”.
La televisión siempre ha sido un gran escaparate de tendencias sociales. En Médico de familia, un trabajador de la sanidad pública podía permitirse una asistenta y vivir en un gran adosado. El apartamento de Mónica en Friends estaba muy lejos de su alcance. Dos exageraciones que retrataban una versión idealizada de la clase media.
De lo aspiracional a la disociación
Era lo aspiracional. Vidas estupendas con las que no era descabellado soñar, aunque quedasen un poco por encima de las comunes. Esta corriente de vidas de millonarios y millonarias muestra un cambio de paradigma.
Para algunas personas sigue siendo aspiracional y creen que comprando criptomonedas o haciendo flexiones serán millonarios, pero la mayoría estamos disociados.
'Envidiosa', el reloj biológico al galope
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Sabemos que esas series no tienen relación con nuestras vidas ni con las de la gente conocida. Simplemente, durante unos minutos u horas al día vivimos ahí, en lo excesivo, en lo perfecto. Los problemas de los personajes son suyos, pero sí podemos disfrutar el confort visual.
Evadirse, ¿de qué?
Los relatos de evasión son un clásico. En las épocas en las que las mujeres sufrían represión, por ejemplo, porque no existía el divorcio, muchas leían compulsivamente los mas ardientes relatos de amor.
Lo llamativo de esta evasión a través del lujo es que está obsesivamente centrada en la fuga de la propia clase social. Puede ser un indicativo de la resignación ante las escasas expectativas de mejora a través de los salarios o de un mercado de vivienda asequible.